El dogging (de la
palabra inglesa dog, perro) es un fenómeno social que se originó en el Reino
Unido y parece haberse extendido mucho más rápidamente por otros países del
norte de Europa. ¿Por qué ha sido así? No tengo ni idea. La gente de otros
países no parece pensar que los ingleses sean muy sexuales, pero se
sorprenderían.
Para aquellos que
no estén familiarizados con esta práctica, se trata de reunirse por la noche
con desconocidos en lugares remotos, como en parkings y descampados fuera de la
ciudad y tener sexo entre ellos. Por lo general, una mujer es llevada por su
pareja y realiza un acto sexual con él o, tal vez, con otro hombre, mientras
los otros hombres están de pie mirando, acariciándose ellos mismos y esperando
conseguir su turno. A menudo la mujer cogerá a más de un hombre a la vez, pero
raramente hay más de una mujer en todos los grupos en cuestión. Para aquellos
de ustedes que estáis de vuelta, podéis admirar el atractivo de una actividad
aparentemente sórdida. Quiero suponer (yo nunca he participado, en caso de que
os lo estéis preguntando) que esto tiene algo que ver con el atractivo erótico
del sexo anónimo (exactamente, por qué esto atrae tantísimo, es un tema para
otro día), combinado con la emoción procedente de los peligros obviamente
involucrados. Pensemos que algunas personas encuentran los deportes extremos
altamente excitantes.
La Isla de los
Perros es una novela de Daniel Davies que explora esta actividad con algunos
detalles. Es una mirada triste contemporánea, más bien fría, de los suburbios
de Inglaterra, la cual, según se ha dicho, tiene mucho en común con la
literatura de J. B. Ballard. La Isla de los Perros es un barrio de Londres,
pero el título también puede implicar una visión bastante ictericiada de las
mismas Islas Británicas.
En un momento
determinado, el protagonista de la novela especula sobre por qué el dogging
tiene tanto atractivo:
“¿Por qué un hombre
quiere ver a su pareja ser follada por otra persona? Y, ¿por qué ninguna mujer
quiere ver a su novio o marido hacerlo? La respuesta, yo digo, es masoquismo
emocional… al ver que una pareja está teniendo sexo con otra persona, sentimos
unos celos sexuales muy intensos – y ahí radica el placer masoquista. Pero,
este placer también deriva por mantener esos celos contenidos. En otras palabras,
nosotros experimentamos la ascética, una auto elevación del placer al
conquistar un impulso poderoso. Pero, ¿qué pasa con este impulso?... Creo que
se expresa como una excitación sexual, porque ver a la pareja teniendo sexo con
otra persona es excitante. Pues de ello se deduce, que si el marido ve a su
esposa ser penetrada por otro hombre, lo primero que querrá hacer después, es
follársela él mismo – en cuyo caso, su deseo por su esposa es, en verdad, un
acto agresivo de venganza por la transgresión (a lo cual accedo, por supuesto),
lo que refuerza la teoría de Robert J. Stoller, de que el verdadero motor del
deseo sexual es el deseo de hacer daño, incluso – o especialmente – en alguien
que amamos.”
No he leído el
libro de Stoller (uno reciente es Pasión y Dolor: un psicoanalista explora el
mundo del sadomasoquismo, que tiene toda la pinta de ser muy interesante).
Instintivamente, no estoy dispuesto a aceptar que la máquina del deseo sexual
sea el deseo de hacer daño. Sin embargo, Davies tiene razón al sugerir que al
observar cómo tu pareja es penetrada por otro hombre, despierta una gran
cantidad de poderosas emociones, no todas positivas o cómodas. Sucede que
pensar en estas cosas es más complicado de lo permitido y espero explicarlo en
un futuro comentario.
Cuando leo este comentario mi imaginación vuela a la fecha en que se publicó.
ResponderEliminarSi hubiera leído este comentario cuando fue escrito, hubiera sentido rechazo por su contenido.
Lo recuerdo perfectamente porque unos meses después conocí a un hombre que me impactó. Cuando me hablaba de introducir a una tercera persona en el ambiente (ejercicios mucho, muchísimo más simples que el dogging) mi mente se cerraba y la desconfianza anidaba en mí. Pero supo ganarse mi confianza. Y mi tranquilidad.
He llegado a entender muy bien y a ver el gozo de una situación así, especial, donde a pesar de otras personas, el "juego", la complicidad es entre dos. El placer de sentirse especial y que la situación es de los dos. Hay qué difícil me resulta expresar todo esto.
Puedo entender perfectamente los "celos contenidos".... la punzada interior, que estimula. El reto de saberse por encima.
Desde el 2011 han pasado unos años y mi mente ha volado bastante. Aunque soy lenta. Trato de dar pasos seguros, comprobando si la baldosa por delante de mí se mueve.
Mi mente ahora puede imaginar una situación donde soy apretada contra el cristal del balcón, rodeada por un hombre que me manosea sin piedad, mientras un desconocido nos observa desde el balcón de enfrente. Y el hombre que pone mis vellos de punta me amenaza ronco con invitar a ese hombre.... me lo creo y no me lo creo. Sé bien que es capaz de jugar sólo con la idea en mi mente o bien de traerme a un hombre o una mujer a la habitación. Y estoy preparada para ambas cosas, mi sexo se licúa y mi cerebro se vuelve gas...
No es que yo hoy quiera ir a un descampado con hombres desconocidos. Pero desde abril de 2011 hasta ahora, he aprendido muchas cosas. Y sé que hay hombres con los que puedes ir a cualquier sitio.
Y esto quería que lo supiera, Ben Alí.
rarita