Se lo digo
sin parpadear, como si dijera “buenos días.”
“Enséñame tu
coño,” le digo.
Al oír esto,
el primer pensamiento de ella fue de indignación. Porque pensaba que sabía más
que yo. No le importaba haberme enseñado
su coño en otros momentos, pues instintivamente ella sabía que no se podía
permitir el lujo de dudar o protestar.
Rápidamente,
ella se quitó los vaqueros y las bragas. Se tumbó en el frío suelo y abrió sus
piernas lo más que pudo. Me puse entre sus piernas y abrí los labios de su coño
lo más posible para ojear el interior de su alma.
“Háblame de
tu coño. ¿Cuándo fue penetrado por última vez? ¿Qué ha sido de él? ¿Nunca le
han metido el puño?”
Tartamudeando
al principio, me contesto: “Polla, dildo, dedos y mano.”
“¿De quién
es tu coño?”
“Suyo,
señor.”
“¿Quién
puede decidir si recibe placer o dolor?”
“Usted,
señor.”
“¿Quién
decide si está rasurado o natural?”
“Usted,
señor.”
“¿Ha sido
azotado alguna vez? ¿Ha sido alguna vez cubierto de cera? ¿Ha sido alguna vez
propiedad de alguien?”
“Sí, ha sido
azotado con un látigo. Sí, ha sido cubierto de cera. No, nunca ha tenido un
dueño.”
“Soy el
dueño de tu coño. Es mío para follarlo, mío para hacerle daño, mío para
disfrutarlo. Es mío para negarle, mío para compartirlo, mío para controlarlo.
¿Alguna pregunta más?”
“No, señor.”
XDDDDDDDDDDDDDDD
ResponderEliminarTodo ha quedado cristalino
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