jueves, 4 de agosto de 2011

Recuerdo

“No te afeites entre tus piernas hasta un nuevo aviso,” decía su email.
“Pensé que le gustaría que mi piel estuviera suave,” replicó ella.
“Hazlo cuando te lo diga,” dijo él.
Ella sabía bien que tenía que preguntar, por alguna razón, si ninguno lo concretaba. Durante las próximas dos semanas frecuentemente se aventuraba a pasar una mano entre sus piernas para sentir cómo estaban. Cambió de erizado a peludo, luego a una sensación más elástica, que recordaba los viejos tiempos, los días que ella llamaba ahora “AdE”: Antes de él.
Después de tres semanas, él la escribió un email preguntando cuánto habían crecido.
“Tal vez unos 25 mm,” replicó ella. “No estoy segura.”
Él le pidió una foto. Después de seis semanas, le dijo que ya era hora. ¿Hora de qué? Un par de días después, él le ordenó que cogiera unas tijeras, que se cortara un mechón de vello púbico y que se lo enviara.
El sobre tardó cinco días en recibirlo. Dentro había un sobre pequeño de color rosa y en el interior del mismo, envuelto en un papel de seda, estaba el mechón de vello púbico, atado con un hilo de seda escarlata. Él nunca había visto nada tan exquisito. Lo examinó minuciosamente, sintiendo que era más basto que el pelo de su cabeza y mucho más oscuro. Lo guardó cuidadosamente.
“Mi princesa,” le escribió. “Ahora, tú misma debes afeitártelo nuevamente, pero con suavidad.”

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