Si le hubieras preguntado a esa sumisa sobre la postura del misionero hace algunos años, se le habrían puesto los ojos blancos. La mayor parte de su experiencia sexual, la que había sido de ella, la había pasado así. Eso no quiere decir que no intentaran otras posturas, pero era la posición preferida de su marido.
No era tan sumisa para esa mujer, puesto que era un completo aburrimiento.
Sin embargo, ¿quién sabía que una chica de espalda, con las piernas abiertas, podría ser la puta que era en la posición del misionero? Además, no tenía nada de aburrido.
Él abría las piernas de la chica y examinaba los labios que Él poseía. Luego, se inclinaba y reclamaba el clítoris con su boca. Mordisqueaba y lamía. Ella sentía sus dientes, lo sentía chupar. Ella gemía de placer. Sin embargo, ambos sabían que el orgasmo estaba todavía lejano.
Momentos después, Él hundía los dedos en la vagina caliente y húmeda. Ahora, la trabajaba mientras frotaba el clítoris. De repente, le preguntó:
“¿A quién perteneces?”
“A usted, mi Amo,” ella respondió.
“¿A quién pertenece el cuerpo de esta mujer?”
“A usted, Señor.”
“¿De quién es tu coño?”
“Es su coño, Señor.”
“¿Quién eres tú?”
“Esta sumisa,” respondió ella.
“Sí,” Él dijo. “Este es tu nombre de sumisa.”
“¿Y este coño?” le recordó. “Dílo.”
“Este coño,” ella repitió.
“Ven coño,” le ordenó.
Su Amo contó a su coño regresivamente: “5, 4, 3, 2, 1.”
Por orden, ella se corrió. Sus caderas se arquearon, su cuerpo, escribiendo. No pudo pararse por sí misma, incluso si lo hubiera querido.
Luego, Él la penetró, mientras yacía de espalda, las piernas abiertas, lista para Él, mientras su Amo se liberaba dentro de ella.
Este era el sexo en la postura del misionero, pero como lo conocía en el pasado.
Algunas observaciones importantes:
“Esta chica es un coño o cualquier otro nombre que Él elija.”
“Esta chica es ahora una sumisa con Dueño.”
“El nombre de esta sumisa es: Esta sumisa.”
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