La conocía y sentía un
algo muy especial y profundo hacia ella. Tenía y tiene una gran importancia y
relevancia en mi vida. Hacía más de mes y medio que no nos veíamos. Pero sí
charlábamos todas las noches. Y durante el día. A pesar de la diferencia de
edad, compartimos ideales, vivencias, inquietudes e incluso avatares e
infortunios personales y profesionales. Pero la relación sigue viva y crece…
Ella dice que es mujer
de carácter. Por si misma, confunde con mucha frecuencia su cabezonería o
tozudez como cualidad Dominante, mejor dicho, Dómina. Pienso que está
confundida porque es mucho más sumisa de lo que ella estima. Cree que es sumisa
solo en el dormitorio. En su realidad familiar y muy cercana, sí comprendo que se defina como Dominante.
Pero, en su otra realidad, no es así. Su misma aceptación de sus circunstancias
personales la confirman como mujer muy sumisa, además, en muchas otras facetas de su vida.
Habíamos quedado en
vernos en una pequeña ciudad llena de historia. A los dos nos gustaba por las
vivencias que habíamos compartido en una ciudad con tanta riqueza monumental y
una gastronomía sin igual.
Esta vez viaja en tren.
La espero en la estación, más bien al anochecer. Hace mucho frío. Nos vamos
hacia mi coche y nos alejamos hacia el hotel que está en las afueras. Como la
temperatura era muy baja, la calefacción de la habitación fue como un soplo
cálido de confort y bienestar.
Como yo había llegado
antes, conecté la calefacción, deshice mi equipaje, guardé la cena fría que
había comprado en el frigorífico. Subí las copas de la cafetería, un
sacacorchos y un cuchillo para cortar la chacina, el pan, etc., es decir, todo
preparado.
Ya dentro. De pié, nos
besamos muy apasionadamente. Ella con sus manos abrazada fuertemente a mí. Yo,
con una mano apretaba su pecho contra el mío y con la otra, se la introduje
entre sus bragas y su cuerpo percibiendo toda su radiante sensualidad. Así,
permanecimos unos minutos.
Nos separamos. Me
siento en el sillón mientras ella vacía su maleta, su neceser en el cuarto de
baño, su pijama sobre la cama, las otras prendas en el ropero. Todo en un plis
plas.
Se quita los zapatos y
se sienta en el centro de la cama con las piernas en cuclillas y su espalda
apoyada sobre el cabecero de la cama. Nos miramos y nos sonreímos.
“Quiero que me folles,”
me dice.
La miro y no me doy por
aludido.
“Quiero que me folles,
lo necesito. Por favor, me insiste.”
“Eso lo digo y decido
yo,” respondo.
“¿No tienes ganas?” me
pregunta.
“No tengo por qué
contestarte.”
La miro fijamente y
observo su mirada sensual y suplicante. Baja su mirada. El arrepentimiento por
su osadía es palpable.
“Quítate el suéter,” le
digo. Se lo saca por la cabeza y luego de sus brazos tirando de las mangas.
“Ahora, los pantalones,”
le digo. Se queda en bragas y sujetador. Desde el sillón la miro fija y
tranquilamente.
“Túmbate boca arriba en
la cama.”
Me quito las botas, me
pongo de pie y me echo sobre la cama al lado de ella.
“Quítate las bragas,”
le digo.
“Así me gusta, mi puta,
que seas obediente.”
“Abre las piernas,” le
ordeno. Lo hace. Me gusta la densidad de su vello negro, poblado y muy
recortado.
Le introduzco mi dedo
profundamente, su coño está muy mojado, comprendo su necesidad de ser
penetrada, la masturbo interiormente con mi dedo, luego el clítoris. Se
retuerce, se agita, gime, cada vez más fuerte y le viene un orgasmo explosivo
en medio de unos gritos ensordecedores.
Rápidamente, la pongo de
costado y la azoto con fuertes cachetes, muy seguidos, en el culo. Se queja,
grita y gime.
Me pongo de pie en el
suelo. “Siéntate aquí, en el borde de la cama,” le digo. Hace tal como le digo.
“Quítame los
pantalones,” le digo.
Me los baja junto con
los slips de una vez. Mi pene está largo y turgente. Le pongo mi mano por
detrás de su cabeza y acerco su cara a
mi polla. Instintivamente, abre su boca, la coge, se la introduce en ella y me
masturba con la misma. Cuando estoy a punto de correrme, se la saco y me corro
entre sus pechos.
El placer es
intensamente único y doble.
“Ve al aseo, te duchas
y te pones cómoda,” le digo.
Cenamos y, después de
tanto tiempo, tuvimos una excelente e íntima tertulia.
“¿Sigues teniendo la
necesidad de ser penetrada?” Le pregunto. Me mira sin pronunciar una palabra.
La comprendo.
“Eres una gran mujer,”
le digo. Buenas noches.
Creo que después de esa noche, le ha quedado clara su condición y su esencia se sentirá más reconfortada con tan sublime lección.
ResponderEliminarUn saludo Caballero