sábado, 29 de enero de 2011

Desde la estación...al placer

La conocía y sentía un algo muy especial y profundo hacia ella. Tenía y tiene una gran importancia y relevancia en mi vida. Hacía más de mes y medio que no nos veíamos. Pero sí charlábamos todas las noches. Y durante el día. A pesar de la diferencia de edad, compartimos ideales, vivencias, inquietudes e incluso avatares e infortunios personales y profesionales. Pero la relación sigue viva y crece…
Ella dice que es mujer de carácter. Por si misma, confunde con mucha frecuencia su cabezonería o tozudez como cualidad Dominante, mejor dicho, Dómina. Pienso que está confundida porque es mucho más sumisa de lo que ella estima. Cree que es sumisa solo en el dormitorio. En su realidad familiar y muy cercana,  sí comprendo que se defina como Dominante. Pero, en su otra realidad, no es así. Su misma aceptación de sus circunstancias personales la confirman como mujer muy sumisa, además, en muchas otras  facetas de su vida.
Habíamos quedado en vernos en una pequeña ciudad llena de historia. A los dos nos gustaba por las vivencias que habíamos compartido en una ciudad con tanta riqueza monumental y una gastronomía sin igual.
Esta vez viaja en tren. La espero en la estación, más bien al anochecer. Hace mucho frío. Nos vamos hacia mi coche y nos alejamos hacia el hotel que está en las afueras. Como la temperatura era muy baja, la calefacción de la habitación fue como un soplo cálido de confort y bienestar.
Como yo había llegado antes, conecté la calefacción, deshice mi equipaje, guardé la cena fría que había comprado en el frigorífico. Subí las copas de la cafetería, un sacacorchos y un cuchillo para cortar la chacina, el pan, etc., es decir, todo preparado.
Ya dentro. De pié, nos besamos muy apasionadamente. Ella con sus manos abrazada fuertemente a mí. Yo, con una mano apretaba su pecho contra el mío y con la otra, se la introduje entre sus bragas y su cuerpo percibiendo toda su radiante sensualidad. Así, permanecimos unos minutos.
Nos separamos. Me siento en el sillón mientras ella vacía su maleta, su neceser en el cuarto de baño, su pijama sobre la cama, las otras prendas en el ropero. Todo en un plis plas.
Se quita los zapatos y se sienta en el centro de la cama con las piernas en cuclillas y su espalda apoyada sobre el cabecero de la cama. Nos miramos y nos sonreímos.
“Quiero que me folles,” me dice.
La miro y no me doy por aludido.
“Quiero que me folles, lo necesito. Por favor, me insiste.”
“Eso lo digo y decido yo,” respondo.
“¿No tienes ganas?” me pregunta.
“No tengo por qué contestarte.”
La miro fijamente y observo su mirada sensual y suplicante. Baja su mirada. El arrepentimiento por su osadía es palpable.
“Quítate el suéter,” le digo. Se lo saca por la cabeza y luego de sus brazos tirando de las mangas.
“Ahora, los pantalones,” le digo. Se queda en bragas y sujetador. Desde el sillón la miro fija y tranquilamente.
“Túmbate boca arriba en la cama.”
Me quito las botas, me pongo de pie y me echo sobre la cama al lado de ella.
“Quítate las bragas,” le digo.
“Así me gusta, mi puta, que seas obediente.”
“Abre las piernas,” le ordeno. Lo hace. Me gusta la densidad de su vello negro, poblado y muy recortado.
Le introduzco mi dedo profundamente, su coño está muy mojado, comprendo su necesidad de ser penetrada, la masturbo interiormente con mi dedo, luego el clítoris. Se retuerce, se agita, gime, cada vez más fuerte y le viene un orgasmo explosivo en medio de unos gritos ensordecedores.
Rápidamente, la pongo de costado y la azoto con fuertes cachetes, muy seguidos, en el culo. Se queja, grita y gime.
 Me pongo de pie en el suelo. “Siéntate aquí, en el borde de la cama,” le digo. Hace tal como le digo.
“Quítame los pantalones,” le digo.
Me los baja junto con los slips de una vez. Mi pene está largo y turgente. Le pongo mi mano por detrás de su cabeza  y acerco su cara a mi polla. Instintivamente, abre su boca, la coge, se la introduce en ella y me masturba con la misma. Cuando estoy a punto de correrme, se la saco y me corro entre sus pechos.
El placer es intensamente único y doble.
“Ve al aseo, te duchas y te pones cómoda,” le digo.
Cenamos y, después de tanto tiempo, tuvimos una excelente e íntima tertulia.
“¿Sigues teniendo la necesidad de ser penetrada?” Le pregunto. Me mira sin pronunciar una palabra. La comprendo.
“Eres una gran mujer,” le digo. Buenas noches.

1 comentario:

  1. Creo que después de esa noche, le ha quedado clara su condición y su esencia se sentirá más reconfortada con tan sublime lección.

    Un saludo Caballero

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