sábado, 2 de abril de 2011

¿De quién es este coño?

Se lo digo sin parpadear, como si dijera “buenos días.”
“Enséñame tu coño,” le digo.
Al oír esto, el primer pensamiento de ella fue de indignación. Porque pensaba que sabía más que yo. No le importaba  haberme enseñado su coño en otros momentos, pues instintivamente ella sabía que no se podía permitir el lujo de dudar o protestar.
Rápidamente, ella se quitó los vaqueros y las bragas. Se tumbó en el frío suelo y abrió sus piernas lo más que pudo. Me puse entre sus piernas y abrí los labios de su coño lo más posible para ojear el interior de su alma.
“Háblame de tu coño. ¿Cuándo fue penetrado por última vez? ¿Qué ha sido de él? ¿Nunca le han metido el puño?”
Tartamudeando al principio, me contesto: “Polla, dildo, dedos y mano.”
“¿De quién es tu coño?”
“Suyo, señor.”
“¿Quién puede decidir si recibe placer o dolor?”
“Usted, señor.”
“¿Quién decide si está rasurado o natural?”
“Usted, señor.”
“¿Ha sido azotado alguna vez? ¿Ha sido alguna vez cubierto de cera? ¿Ha sido alguna vez propiedad de alguien?”
“Sí, ha sido azotado con un látigo. Sí, ha sido cubierto de cera. No, nunca ha tenido un dueño.”
“Soy el dueño de tu coño. Es mío para follarlo, mío para hacerle daño, mío para disfrutarlo. Es mío para negarle, mío para compartirlo, mío para controlarlo. ¿Alguna pregunta más?”
“No, señor.”

2 comentarios: