Ella está
sentada enfrente de la Webcam, desnuda de cintura para abajo. La miro durante
un rato, sin decir nada. Luego la digo que vaya a buscar media docena de pinzas
de la ropa. La veo volver y sentarse de nuevo.
“¿Sabes que va
a pasar, verdad?”
Ella asiente
con la cabeza.
“Voy a hacerte
daño,” digo. “¿Entiendes?”
Ella asiente
nuevamente con la cabeza. Me pregunto si, en realidad, ella lo entiende. Me
pregunto si me comprendo a mi mismo. Empiezo a pensar sobre ello, pero estoy demasiado absorto por la excitación de
lo que estoy haciendo para analizarlo. Más tarde intentaré solucionarlo.
¿Por qué me
gusta tanto? “Porque soy un sádico,” diría alguien. Pero esto es solamente una
etiqueta, no una explicación. Y, de cualquier manera, no creo que sea verdad.
Los sádicos sólo disfrutan causando dolor, y punto. Soy muy exigente. Solo quiero
provocar un tipo de dolor sexual específico. No tengo interés en causarle un
dolor de muelas. Solamente dolor aplicado a las partes sexuales que me atraen
de su cuerpo: su culo, sus pechos, especialmente los pezones y su coño. Y
solamente me gusta si ella lo disfruta también. Eso es lo que me distingue de un
sádico, mi deseo de excitarla con dolor. Por lo tanto, no tengo ni el más
mínimo interés de atormentar a las mujeres que no sean sumisas, que no lo
quieran. Pero, si ellas lo quieren, me gusta alimentar su deseo, hacerlas
querer más y más.
Por supuesto, esto
plantea la cuestión de por qué, a la vez, tales mujeres lo quieren. Pero esto
es un tema para otro día. Vamos a ceñirnos a lo que yo siento por mí mismo.
Creo que lo que me gusta es estimular sexualmente a las mujeres. Por sí mismo,
esto no tiene que involucrar ningún tipo de dolor. Puedo sentir un inmenso
placer al conseguir que una mujer se corra manual, oralmente o como sea. Me
gusta verla retorcerse de placer, me gusta escuchar sus gritos y gemidos, me
gusta ver su pérdida de control en el momento del orgasmo. Me gusta la
sensación de poder que consigo con todo eso. El poder no tiene que ser
agresivo, también puede ser seductor, puede ser hábilmente generoso.
Pero, y esto
es lo que me hace dominante, me gusta ver lo que es capaz de hacer, cómo ella
puede soportarlo. Me gusta presionarla, ver cuánto poder tengo sobre ella, ver
si yo puedo llevarla a espacios donde ella creía que nunca podría llegar. Lo
que realmente me gusta es trabajar esa alquimia misteriosa donde su excitación
sexual sube y su tolerancia al dolor crece y crece y el dolor se convierte en
placer, de modo que ella no pueda distinguir el uno del otro. Y en ese momento,
mi excitación procede de la sensación del poder que tengo, que puedo hacer con
ella lo que quiera, lo cual es liberador
para mí, da riendas suelta a mi ego y, al mismo tiempo, es un sentimiento
altruista, estoy asumiendo mi cargo y, también, dando demasiado. Si yo fuera un
sádico, ya lo habría asumido.
Gran texto, un placer seguir leyéndote.Un respetuoso saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu seguimiento, vahiné...
ResponderEliminarSaludos desde el Sur...