Comienzo con
ella puesta boca abajo sobre mis rodillas, sus pantalones y bragas, bajados, su
culo al aire libre. La azotaba con fuerza, mucho más de lo que ella esperaba y
se retorcía y gritaba un poco. Pero pronto, el calentamiento generado por el
spanking empieza a penetrar y ella se crecía aún más, absorbiendo el dolor, no
luchando contra él. Dejé de azotarla, sintiendo su piel caliente bajo mi mano,
admirando los parches rojos en cada nalga.
“Ahora, necesitas el
cinturón,” dije.
Le hice arrodillarse en la
cama. Saqué mi cinturón de mis pantalones. Sabía que el sonido del mismo la
haría temblar. Acaricié su trasero con el cinturón lentamente, entonces,
levanté mi brazo y lo estrellé de lleno en el centro de su grupa. Ella gritaba
y saltaba de una rodilla a otra. Puse mi mano izquierda en la parte baja de su
espalda para mantenerla quieta. Luego, empecé a trabajar con más severidad con
el cinturón. Pronto, aparecieron lívidas tiras rojas por encima de las zonas
rosas de su trasero. Hice una pausa y recorrí sus ronchas con mis dedos.
Yo sabía que ella estaba
al borde de su límite, pero mi sangre estaba subida y yo quería más. Quería
dejarla con unas marcas que le durasen toda la semana. La hice que se hiciera
una foto diaria para mí.
“Voy a terminar con la
cane”, le dije.
Ella gimió. Yo sabía el
efecto que esto tenía. Me dijo que era como un golpe pequeño y profundo, que
cortaba rápidamente. La empujé para que ella se tumbara en la cama. Deslicé
ligeramente la cane contra su culo.
“¿Estás preparada?” le
pregunté.
Ella gruñó algo. Dudo que
fuera capaz de hablar con coherencia. Pero, creo que sé cómo habría sonado un
“no.”
“Sólo media docena,” dije.
Seis de los mejores. Muy fuerte, pero voy a hacerlo rápido.
Era mi única concesión a
la misericordia, esto no prolongaría la agonía haciéndola esperar en cada
azote. Le gané una salida rápida, un conjunto de seis y todos en el mismo
sitio. Al final, empezó a llorar y se acurrucó como una bola. La abracé con
fuerza, le acaricié su pelo y besé sus lágrimas. Me conmovía siempre por el
torbellino de emociones que salían a la superficie. Cuando sus sollozos se
hubieron apagados, deslicé mi mano entre sus piernas y terminó. Luego, lenta y
suavemente, la penetré.
Joer...
ResponderEliminardeja vu...
Saludos.