Le pregunto
a ella cómo se siente al estar atada, con los ojos vendados e inclinada a mi
voluntad en cuerpo y alma.
Le pregunto
de una manera provocadora, casi gruñendo, buscando despertar la memoria de lo
que ha pasado y para empezar algo similar de nuevo.
“¿Cómo te
sientes? ¿Qué pasa por tu cabeza cuando la sientes dura, áspera, exigente,
indefensa y sometiéndote a mí con los labios temblando?”
“Me siento
tranquila y en calma,” contesta ella.
Esta no es
la respuesta que él esperaba.
Ella está
normal…ummm…y no habla en el dormitorio. Ha sido entrenada por su Dominante
para hacerle saber si le gusta lo que ella están haciéndome – y, por lo tanto,
lo hace (temprano y con frecuencia…justo como votar) Es un ejemplo de cómo al
acomodarse al deseo de su Dominante, puede fácilmente deslizarse a la parte de
su propio repertorio sexual. Gime. Grita.
Cuando el
antifaz se asienta sobre sus ojos, bien podría ser como una mordaza en la boca.
Está callada.
No hablando
verbalmente, sino con la mente.
No va a
callarse intencionadamente o a propósito; es solamente un reflejo de la
profunda quietud – una suave quietud de los pensamientos violentamente rabiosos del día, de la vida,
del trabajo, del hogar y de la casa.
Ella puede
tener miedo – miedo realmente de lo que yo voy a hacerle a continuación o cómo
pueda picarle cuando la azote – pero, sólo se escapan suaves jadeos de sus
labios.
Su cuerpo
es agua en su corriente, fluye donde yo quiero. Algunas veces rápidamente,
otras veces es un goteo lento.
Es el sexo.
Es mi dominación. Es su sumisión. Es profundamente
perverso y frecuentemente violento. Pero, también es meditación. Es mental y la
mente tranquiliza al alma.
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