viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Riguroso o sádico?

“Quítate el top,” le digo.
Ella me mira nerviosa. Desde que la sorprendí esta mañana, estaba esperando algo como esto.
“El sujetador, también,” digo.
Me siento un momento admirando sus pechos. Ella se mantiene mirándome y con la vista lejana, siendo incapaz de aguantar mi mirada. Su culpabilidad la hace una cobarde.
Me levanto y rebusco en un cajón hasta que encuentro unas esposas de cuero para las  muñecas. Se las pongo y le abrocho la hebilla en el cabecero de la cama. Ahora parece un poco más nerviosa.
Desabrocho sus vaqueros, luego bajo sus bragas. Pongo la palma de mi mano contra su coño. Ella tiembla un poco.
“Ahora,” digo. “Usted ya sabe lo que va a pasar esta mañana.”
“Lo siento,” dice ella rápidamente. “No volverá a pasar más. Se lo prometo.”
“Eso es lo que usted me dijo la última vez.”
Ella no dice nada. Realmente, no tiene una respuesta a esto.
“¿Te lo advertí la última vez. ¿No es así?”
“Sí,” dice ella. “Sí, me lo advirtió.”
Dije que la próxima vez iba a ser muy severo. ¿No es así?”
“Sí, señor, es verdad,” dice ella. Esta saca ahora su mirada de chica joven, la única que transmite que es un poco traviesa, pero que seguramente piensa que la perdonaré porque es muy linda.
No creo que ella realmente piense que esto va a funcionar como imagina o que pueda evitar lo que va venir, pero le daré la máxima puntuación por intentarlo.
Poco a poco, empiezo a apretar su coño, cada vez más fuerte. “Tu coño me pertenece y, sin embargo, parece tener una mente propia. Es rebelde y sin sentido.”
“Sí, señor, lo siento mucho.”
“¿Qué te dije que yo necesitaba hacer con tu coño?
Ella piensa un momento. “Usted me dijo que tenía que reprimirlo.”
“Correcto. Y es justo lo que voy a hacer.”
Le aprieto con más y más fuerza. Corta su respiración. La dejo y me pongo de pie. Lentamente, me desabrocho mi cinturón y lo saco de mis pantalones. El silencio es absoluto. Sólo se oye el sordo deslizamiento del cinturón por las trabillas de mi pantalón. Ahora se da cuenta de lo que está a punto de pasar.
“¡Oh, Dios mío, no! Por favor.”
Cojo el cinturón por la hebilla y lo enrollo en mi mano con un par de vueltas.
“Abre tus piernas todo lo más que quedas,” digo.
“No, por favor, por favor,” dice ella apuradamente. “No, es que... Le prometo que siempre seré buena. Por favor.”
“No voy a decirlo otra vez,” digo. “Abre tus piernas y mantenlas abiertas hasta que haya terminado.
Ella me mira implorante. Muy lentamente abre sus piernas, luego cierra sus ojos con fuerza. Puedo ver que ella está temblando…

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