“Quítate el
top,” le digo.
Ella me mira
nerviosa. Desde que la sorprendí esta mañana, estaba esperando algo como esto.
“El
sujetador, también,” digo.
Me siento
un momento admirando sus pechos. Ella se mantiene mirándome y con la vista
lejana, siendo incapaz de aguantar mi mirada. Su culpabilidad la hace una
cobarde.
Me levanto
y rebusco en un cajón hasta que encuentro unas esposas de cuero para las muñecas. Se las pongo y le abrocho la hebilla
en el cabecero de la cama. Ahora parece un poco más nerviosa.
Desabrocho
sus vaqueros, luego bajo sus bragas. Pongo la palma de mi mano contra su coño. Ella tiembla un poco.
“Ahora,” digo. “Usted ya sabe lo que va a pasar esta mañana.”
“Lo
siento,” dice ella rápidamente. “No volverá a pasar más. Se lo prometo.”
“Eso es lo que usted me dijo la última vez.”
Ella no
dice nada. Realmente, no tiene una respuesta a esto.
“¿Te lo
advertí la última vez. ¿No es así?”
“Sí,” dice
ella. “Sí, me lo advirtió.”
“Dije que la
próxima vez iba a ser muy severo. ¿No es así?”
“Sí, señor,
es verdad,” dice ella. Esta saca ahora su mirada de chica joven, la única que
transmite que es un poco traviesa, pero que seguramente piensa que la perdonaré
porque es muy linda.
No creo que
ella realmente piense que esto va a funcionar como imagina o que pueda evitar
lo que va venir, pero le daré la máxima puntuación por intentarlo.
Poco a
poco, empiezo a apretar su coño, cada vez más fuerte. “Tu coño me pertenece y,
sin embargo, parece tener una mente propia. Es rebelde y sin sentido.”
“Sí, señor,
lo siento mucho.”
“¿Qué te
dije que yo necesitaba hacer con tu coño?”
Ella piensa
un momento. “Usted me dijo que tenía que
reprimirlo.”
“Correcto. Y es justo lo que voy a hacer.”
Le aprieto con
más y más fuerza. Corta su respiración. La dejo y
me pongo de pie. Lentamente, me desabrocho mi cinturón y lo saco de mis
pantalones. El silencio es absoluto. Sólo se oye el sordo deslizamiento del
cinturón por las trabillas de mi pantalón. Ahora se da cuenta de lo que está a
punto de pasar.
“¡Oh, Dios
mío, no! Por favor.”
Cojo el
cinturón por la hebilla y lo enrollo en mi mano con un par de vueltas.
“Abre tus
piernas todo lo más que quedas,” digo.
“No, por
favor, por favor,” dice ella apuradamente. “No, es que... Le prometo que
siempre seré buena. Por favor.”
“No voy a
decirlo otra vez,” digo. “Abre tus piernas y mantenlas abiertas hasta que haya
terminado.
Ella me
mira implorante. Muy lentamente abre sus piernas, luego cierra sus ojos con
fuerza. Puedo ver que ella está temblando…
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