“Ven aquí,” le
dice. Él está tumbado perezosamente en el sillón. Su bragueta abierta de par en
par. Sus dedos enroscados como cobras acariciando la gruesa columna de su pene.
Y ella se
acerca.
Porque, cuando
él está así. Descarado, con una ligera sonrisa en sus labios, es imposible no
adular a la criatura erótica en que se ha convertido.
Ella va hacia
él despacio, se sube la falda lo suficiente para ponerse a horcajadas sobre sus
rodillas. Siente la aspereza de sus pantalones vaqueros contra sus muslos
desnudos, sus rodillas un poco huesudas contra su culo, pero, a ella le gusta.
Ella mira
mientras lo acaricia. En el silencio de la habitación, ella puede sentir el
movimiento de su piel – los dedos sobre la suavidad aterciopelada de su
vástago, el suave sonido lamedor mientras oculta la humedad de su prepucio,
luego lo descubre, luego, lo oculta nuevamente.
“Lo quiero con
una necesidad tan fuerte que me pone los dientes de punta y me inunda la boca
de saliva. Entre mis labios, en mi coño, en mi culo…lo quiero con tanta
ansiedad y ferocidad que no puedo decidir por dónde.” Piensa ella
Pero, la
cuestión es discutible, ya que no es para lo que están tratando allí.
Él se detiene,
le coge sus manos y hace que abrace la erección salvaje entre sus dedos y los
cubre con la suya. Como si ella no hubiera tocado nunca a un hombre. Nunca le
tocó.
De repente, se
siente virginal y nerviosa. Como cuando tenía dieciséis años y su corazón se
aceleraba en aquel primer encuentro con la geografía desconocida del deseo. Hay
un vuelo sutil o una reacción de lucha acumulándose dentro de ella, mientras él
guía su puño con su mano hacia arriba y hacia abajo.
Ella observa
todos los matices de su rostro. Casi con más rapidez que el ojo pueda
registrar, él moja su labio superior con su lengua y la insinuación de una
sonrisa crece un poco más. El ritmo no cambia, pero su vástago, sí. Ha crecido
y sus venas envían señales filiformes hacia la palma de su mano.
Él no emite
ningún ruido, ella sí. Un gemido involuntario revolotea en su garganta como la
escapada de un pájaro atrapado, dispuesto a posarse sobre su hombro y ver cómo
sus pupilas se dilatan.
Él asiente con
la cabeza. Sus muslos tensos debajo de las nalgas de ella, y él “camina,” ciego
temporalmente. Sus ojos siguen fijos en los de ella, pero sin ver, un reguero
de esperma caliente entra en erupción entre los dedos de ella, y luego otro y
otro. En ese momento, ella podría jurar que le está quemando la piel.
Pasado unos
minutos, él libera la mano de ella. Pero, la adulación no ha terminado. Acerca
su mano hacia la cara de ella y la frota sobre su piel. Olor puro y fuerte.
Sabor agridulce y débil, ella chupa y lame cada dedo y lo hace también con la
palma de su mano.
Después de
todo, es un arte diferente de adular a su Dominante.
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