Los juegos entre un dominante y una sumisa
son una cosa divertida que tú conoces. Hay reglas y consecuencias, pero, por el
amor de todo lo que es sexy, parece no importar qué juego haga con una sumisa,
yo siempre gano.
Éste no fue nuestro primer juego, pero
ciertamente, no el último.
Ella tenía una respiración pesada y la
carne roja, sobre la que se acostaba en la parte superior de su espalda, debido
a la flagelación tan dura que acababa de soportar, la cual no le permitía que
se ralentizara pronto. Por la mirada que le estaba echando y por la forma en
que estaba examinando su cuerpo alrededor de la cama, como si en un baile,
solamente nuestros oídos estaban llenos de los sonidos de éxtasis que podía
oír.
Por alguna extraña razón, su mano
parecía estar muy atraída por mi vástago. Uno pensaría que se habían encontrado
antes, por cómo se llevaban. Bueno, con muchas caricias y jugando, mi pene se
sentía un poco tierno. Lo suficiente para que no fuera nada agradable para mí.
Así pues, le quité la mano con fuerza y ella gimió: “Oh, por favor, señor.”
Como si fuera su placer tenerla. La manera en que ella disfrutaba envolviendo
sus dedos alrededor de mi verga, tal vez fuera justo el caso. Por el momento, ella
parecía necesitarlo más que yo. Quién era yo para negar a tal zorra sus dulces
deseos. Pero, por supuesto, habría un precio para tal petición.
Cogí sus cabellos por la parte de atrás,
acercando su oído hacia mi boca y hablando con un tono sádico y autoritario y le
dije que íbamos a jugar un poco. Que ella tenía treinta segundos para hacer que
me corriera o bien, azotaría su suave y lujoso culo. Inhaló una buena bocanada
de aire, como si esas palabras la estuvieran ahogando y empezar a hacer lo que
cualquier chica buena haría, y ella empezó a acariciarme, mientras su trasero
dependía de ello.
30… 29… alguien va a ser azotada… 28
…27… 26… Hmmm, realmente, debes querer este maldito castigo… 25 … 24… 23… 22…
21… 20… Ahhhh, no es falta tuya, lo estás intentado… 19 …18 …17 …16 …15 …14 …
ahora, su respiración empezaba a intensificarse y una mirada de pánico había
capturado sus ojos …13 …12 …Ni siquiera estoy siendo como un bebé …11 …10 …9 …
Más rápido …8 …7… Más fuerte …6 …5 … 4 Ahora, ¿de verdad quieres este maldito
azote? …3 …2 …1…
“Date la vuelta sobre tu estómago y pon
las manos en el borde de la madera del cabecero y ni siquiera pienses en
moverte…”
Ella suspiró y rápidamente hizo lo que
le dije. Sus brazos tocando el cabecero de la cama como si estuviera buscando a
alguien para salvarla. Ella no iba a ser salvada.
No fui directamente al castigo. Quería
fastidiarla con algo más en sobre su cabeza. Me puse a horcajadas sobre su
espalda y puse el peso de mi cuerpo sobre ella, estando mi cara ahora
ligeramente encima de su cabeza, que estaba enterrada en la almohada. “No es tu
culpa, cariño, lo intentaste, pero no te esforzaste lo suficiente, así que
ahora tienes que recibir estos azotes, ¿no?
“Sí, señor.” Ella gritó como
anticipando, totalmente dueña de su fracaso, para provocar que me corriera con
los golpes de su mano.
Entonces, empezó. Empecé con unos azotes
de tipo medio para despertar sus sentidos y hacerle saber que esto podría ser
un juego, que esto no era una broma. Luego, volví a darle unos azotes ligeros
en su trasero para calentarlo y poder recibir más, un poco después. En medio de
los azotes, me detengo, agarro su culo, rasco su espalda, froto mi cuerpo
desnudo contra su carne, para empezar a sentir el calor de su trasero
enrojecido. Con besos ligeros, dados también entre golpes viscosos, fue un
derretimiento de mi naturaleza dulce y sádica.
Continué este castigo durante un buen
rato, hasta que su respiración fue frenética, sus gritos ilustres y el color de
su culo de un rojo manzana delicioso. Tanto fue así, que tuve que morder su
culo para que chupara los dedos con el fin de poner la marca adicional del
momento.
Con gran facilidad con mi fuerza, la
volteé hacia su costado y la miré profundamente a los ojos. Pude ver que la
oscuridad la había vuelto a atrapar, que ahora matizaba mi presencia. Le gruñí
en la oreja y le dije que esta vez tenía 90 minutos. Pero, con más tiempo,
viene una cosa más grande para el fracaso. No he explicado exactamente lo que
sería porque yo sabía que su mente entraría en pánico y que sería atrapada en
el minuto siguiente o en la mitad. Me encantaba ponerla en un estado de
esclavitud mental.
Con su mano ligeramente temblorosa por
toda la adrenalina y su cara completamente enrojecida por la emoción, ella
comenzó a acariciar y a contar. No importaba el resultado de los siguientes
noventa segundos, ambos ya sabíamos que yo había ganado.
Es divertido, cuando tengo una sesión
con una sumisa, por alguna extraña razón, siempre me parece ganar.
Reglas deliciosamente injustas diseñadas para una mente masoquista!
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