Una de las preguntas que, con frecuencia, más me hace la gente que
no tiene experiencia en el mundo de la D/s, es sobre el dolor y el placer.
¿Cómo puede sentirse bien una mujer siendo azotada? ¿Por qué una persona quiere
ser atada en posiciones incómodas y desafiantes? ¿Por qué una persona anhela sentir
la cera caliente vertida sobre su cuerpo, alfileres perforando su carne o
descargas eléctricas en partes sensibles de su anatomía?
Objetivamente, creo que puedo
comprender estas cuestiones. Después de todo, para la gran mayoría de la gente,
tales cosas son desagradables, incómodas y probablemente dolorosas y horribles.
Pero, no para todo el mundo. Para aquellas personas que la comunidad de la D/s
etiqueta como “vainilla” o “mundana” (a alguien que no está en la comunidad)
debe parecerle una persona retorcida, en vez de ser alguien que le apetezca,
incluso, anhelar tales sensaciones. Con razón, la gente de la comunidad D/s
está etiquetada por eso mismo, como “pervertida” y “desviada.”
Sin embargo, ¿qué es el dolor
y qué es el placer? Yo diría que son exactamente la misma cosa, pero sólo
experimentadas como algo diferente.
En general, considero que no
es nada agradable cuando se lleva demasiado lejos, porque entonces, se vuelve
doloroso. Así también, cualquier cosa dolorosa, cuando es adecuadamente
moderada, se convierte en placer. Se trata de sensaciones y de la forma en que se procesan.
Permítanme hablar primero del
placer. El morderse el lóbulo de la oreja o los pezones es normal entre los
amantes. Cuando estamos con una nueva pareja, podemos intentar algunas de las
técnicas que funcionan efectivamente con otra. Y así mordemos el pecho de nuestra amante y ella
echarse para atrás y decir “Ay, no me muerdas tan fuerte.” O tal vez, a nuestra pareja
anterior le gustaba ser tratada con el mismo cuidado que a una paloma. Y,
entonces, aprovechar esta experiencia para nuestra próxima amante, que encuentra esta técnica
aburrida, sin emoción, y que te exige y dice: “Fóllame con fuerza, fóllame todo lo
fuerte que puedas.”
Diferentes personas procesan
las sensaciones de maneras distintas. Algunas son estimuladas con sensaciones
muy suaves, pero otras requieren técnicas más enérgicas.
Sin embargo, si estas cosas
se hacen prolongadas, pueden llegar a ser dolorosas. Por ejemplo, muchos
hombres, una vez que descubren el clítoris de la mujer, pasan mucho tiempo
frotándolo y frotándolo. Al principio, está bien, pero después de un tiempo
(varía con cada mujer) el órgano empieza a secarse y sensibilizarse. Después de
todo, incluso con caricias más suaves, se hace daño.
Demasiado placer se convierte
en dolor.
Vamos a considera lo
contrario. Como sádico, he azotado a más de una mujer. Lo que he descubierto,
es que algunas mujeres pueden recibir mucho más que otras. Ahora, si yo llevara
a cada mujer a mi límite usando la misma técnica, es probable que muchas de
ellas no hubieran vuelto a tener otra sesión conmigo. Entonces, lo que tengo
que hacer es descubrir los límites de mi pareja
y moderar lo que estoy haciendo, de modo que en vez de convertirse en
una distracción, actúe como un acelerador para ponerlas en el marco correcto de
la mente para lo que estoy planeando hacer a continuación.
Si se modera el dolor, se
convierte en placer.
La condición límite varía con
cada persona. Unas pueden admitir más, otras, menos. Algunas mujeres, que son
profundamente masoquistas, buscan las sensaciones más extremas. Quieren esos
niveles para llegar a ese estado mental, emocional y físico que tanto dolor les
aporta. Para ellas, es una experiencia trascendental. Les permite evadirse
libremente del mundo “real” y entrar en un reino especial de paz, equilibrio y
liberación. Para la mayoría de las mujeres, tales sensaciones les harían gritar
de agonía. No serían capaces de procesar la experiencia. Simplemente, no
estarían preparadas emocionalmente para soportarla.
En sí mismo, no existe
diferencia entre dolor y placer en términos físicos. Más bien, la verdadera
diferencia está en cómo lo procesamos. Para la gente de la comunidad de la D/s,
hay un anhelo de sensaciones muy extremas para satisfacer sus deseos. Para la
gente de la comunidad vainilla, parece que el interés se centra más en técnicas más moderadas.
Y, como un anexo lateral,
nada de esto tiene algo que ver con la dominación y la sumisión. No confundamos
nunca el S/m con la D/s. Aunque a menudo existe una relación, son cosas muy
diferentes.
Como Usted bien dice, el umbral del dolor es único en cada una de nosotras al igual que la fina línea que delimita el placer. Particularmente no me seduce el dolor por el dolor, creo que tiene que existir un justo equilibrio entre ambos para alcanzar la sensación que se pretende, para que no se convierta en tortura y si en goce de ambos.
ResponderEliminarMis saludos.
Dado que cada sumisa tiene un nivel de tolerancia al dolor, la labor del Dominante es descubrirlo. A partir de ese hallazgo, la sumisa está en condiciones de “procesar” ese dolor, aún tolerable, en placer, siempre con el protagonismo de su Dominante.
ResponderEliminarLa complicidad de ambos en esos instantes tan importantes, íntimos y sagrados para los dos, uno produciendo dolor controlado y la otra transformándolo en placer mediante su entrega y liberación de endorfinas, es lo que les lleva al goce mutuo.
De lo contrario, el acto de azotar o castigar o jugar con el dolor se desvirtúa y produce frustración.