Recuerdo cuando la
masturbé por primera vez. Le había dicho, en más de una ocasión, lo que yo
quería y ella siempre había intentado zafarse. Me lo esperaba. Sé lo reservadas
que son las mujeres con estos temas. Creo saber cómo esto las hace sentirse y
por qué se resisten a tal exposición, mientras, al mismo tiempo, la idea las excita
si están en un estado de ánimo lujurioso.
“Quítate los zapatos y los calcetines,” le
dije.
Poco a poco y con desgana, evidentemente,
lo hizo.
“Ahora, los vaqueros,” dije.
Ella sabía que no había posibilidad de
evadirse, pero estaba intentando de retrasar el momento. Yo esperaba
pacientemente.
“Y ahora, tus bragas,” le dije.
Mientras se las quitaba, ella no me miraba.
Cuando estuvo ya desnuda, de cintura para abajo, le dije que se sentara en el
extremo del sofá, apoyando la espalda contra
el apoyabrazos.
“Abre tus piernas,” le ordené.
Ella evitó mi mirada, pero hizo lo que le
dije.
“Ahora,” dije, “empieza a acariciar
lentamente los labios de tu coño por fuera.”
Ella se sonrojó un poco, no sé si por lo
que yo le había ordenado que hiciera o por usar la palabra “c” (con la que no
estaba del todo cómoda), o no estaba segura de qué. Yo la miraba impasiblemente
mientras ella lo hacía.
“Ahora, abre un poco más tus piernas,”
dije. “Echa para atrás los labios de tu coño para que yo pueda ver el interior.”
Yo sabía que esto era muy duro para ella.
Esta clase de inspección anatómica la llenaba de una especie de vergüenza,
aunque, creo que, a veces, se excitaba con la propia “exhibición.” Me quedé quieto
ante la cueva de coral de su coño. Yo quería llegar y meter mis dedos, pero
esto no era de lo que se trataba.
“Ahora, tira de tus labios hacia arriba y
hacia fuera y enséñame tu clítoris,” le dije.
Ella hizo lo que le ordené. Podía ver la
yema menuda y delicada, de un color rosa pálido cremoso.
“Pon tu dedo ahí,” le dije. “Muéstrame
exactamente cómo te gusta tocarte.”
Ella lo frotaba lentamente por su
alrededor, usando el dedo medio de su mano derecha. Cada mujer parece tener un
método ligeramente diferente de hacerlo, de acuerdo con sus dedos o con los
dedos que ella usa, si van rápidos o despacio, si les gusta presionar un poco
hacia el interior, si se pellizcan sus pezones mientras lo hacen y así
sucesivamente. Yo sabía toscamente cómo le gustaba a ella, pero nunca lo había
presenciado tan de cerca. Observaba fascinado como gradualmente, su timidez
daba pasó a un rapto de concentración absorta en lo que ella estaba haciendo.
Después de un rato, ella metió su dedo
dentro de sí misma y extendió parte de su flujo uterino por su clítoris.
“No te corras, a menos que yo te lo diga,”
le dije.
Ella no contestó. Su timidez pareció
haberse esfumado ahora. Podía sentir que estaba totalmente centrada en ella
misma. Quise preguntarle sobre lo que estaba pensando. Sabía que tenía
fantasías mientras lo hacía, fantasías con hombres sin nombres haciéndole cosas
malas a ella, cosas que ellos hacían por su propio placer. A pesar de los
deseos de ella, algunas veces, incluso sin ella consentirlo. Pero luego, le
preguntaré sobre esos pensamientos, haré que me diga cuáles han sido. Y
titubeando me los dirá, la mitad de ellos con miedo porque le habré presionado.
Yo no sabía que una sumisa se viniera abajo al mostrar su naturaleza de puta y
con el miedo de que un hombre pudiera pensar que ella lo hubiera sido.
“Córrete ahora,” le dije. “Córrete por mí.
Muéstrame lo que eres.”
Y ella lo hizo.
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