viernes, 18 de marzo de 2011

Demuéstrame lo que eres

Recuerdo cuando la masturbé por primera vez. Le había dicho, en más de una ocasión, lo que yo quería y ella siempre había intentado zafarse. Me lo esperaba. Sé lo reservadas que son las mujeres con estos temas. Creo saber cómo esto las hace sentirse y por qué se resisten a tal exposición, mientras, al mismo tiempo, la idea las excita si están en un estado de ánimo lujurioso.
“Quítate los zapatos y los calcetines,” le dije.
Poco a poco y con desgana, evidentemente, lo hizo.
“Ahora, los vaqueros,” dije.
Ella sabía que no había posibilidad de evadirse, pero estaba intentando de retrasar el momento. Yo esperaba pacientemente.
“Y ahora, tus bragas,”  le dije.
Mientras se las quitaba, ella no me miraba. Cuando estuvo ya desnuda, de cintura para abajo, le dije que se sentara en el extremo del sofá, apoyando la espalda contra  el apoyabrazos.
“Abre tus piernas,” le ordené.
Ella evitó mi mirada, pero hizo lo que le dije.
“Ahora,” dije, “empieza a acariciar lentamente los labios de tu coño por fuera.”
Ella se sonrojó un poco, no sé si por lo que yo le había ordenado que hiciera o por usar la palabra “c” (con la que no estaba del todo cómoda), o no estaba segura de qué. Yo la miraba impasiblemente mientras ella lo hacía.
“Ahora, abre un poco más tus piernas,” dije. “Echa para atrás los labios de tu coño para que yo pueda ver el interior.”
Yo sabía que esto era muy duro para ella. Esta clase de inspección anatómica la llenaba de una especie de vergüenza, aunque, creo que, a veces, se excitaba con la propia “exhibición.” Me quedé quieto ante la cueva de coral de su coño. Yo quería llegar y meter mis dedos, pero esto no era de lo que se trataba.
“Ahora, tira de tus labios hacia arriba y hacia fuera y enséñame tu clítoris,” le dije.
Ella hizo lo que le ordené. Podía ver la yema menuda y delicada, de un color rosa pálido cremoso.
“Pon tu dedo ahí,” le dije. “Muéstrame exactamente cómo te gusta tocarte.”
Ella lo frotaba lentamente por su alrededor, usando el dedo medio de su mano derecha. Cada mujer parece tener un método ligeramente diferente de hacerlo, de acuerdo con sus dedos o con los dedos que ella usa, si van rápidos o despacio, si les gusta presionar un poco hacia el interior, si se pellizcan sus pezones mientras lo hacen y así sucesivamente. Yo sabía toscamente cómo le gustaba a ella, pero nunca lo había presenciado tan de cerca. Observaba fascinado como gradualmente, su timidez daba pasó a un rapto de concentración absorta en lo que ella estaba haciendo.
Después de un rato, ella metió su dedo dentro de sí misma y extendió parte de su flujo uterino por su clítoris.
“No te corras, a menos que yo te lo diga,” le dije.
Ella no contestó. Su timidez pareció haberse esfumado ahora. Podía sentir que estaba totalmente centrada en ella misma. Quise preguntarle sobre lo que estaba pensando. Sabía que tenía fantasías mientras lo hacía, fantasías con hombres sin nombres haciéndole cosas malas a ella, cosas que ellos hacían por su propio placer. A pesar de los deseos de ella, algunas veces, incluso sin ella consentirlo. Pero luego, le preguntaré sobre esos pensamientos, haré que me diga cuáles han sido. Y titubeando me los dirá, la mitad de ellos con miedo porque le habré presionado. Yo no sabía que una sumisa se viniera abajo al mostrar su naturaleza de puta y con el miedo de que un hombre pudiera pensar que ella lo hubiera sido.
“Córrete ahora,” le dije. “Córrete por mí. Muéstrame lo que eres.”
Y ella lo hizo.

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