“Desnúdate y ven aquí,”
digo.
Ella me mira, tratando
de calibrar mi estado de ánimo. ¿Puede ella apreciar que el tono seco de mi voz
es un indicador de mi cruel intención o es sólo un juego? Ni frunzo el ceño ni
tampoco me sonrío. Hay una ausencia total de emoción. Ella debe hacer lo que
quiera. Pero, no debe dudar de que mi orden debe ser obedecida.
Se acerca a mí y
permanece ahí desnuda, con la cara despejada, expectante, confiando. Esto pone
de manifiesto al sádico que hay en mí. Estoy a su lado. Meto mi mano izquierda
entre sus piernas, cojo los pliegues de su coño entre mis dedos y los aprieto
con fuerza. Ella jadea. Sigo apretando fuerte. Ella gime. Más fuerte. Aprieto
lo más que puedo. Ella chilla. Agarrándola con fuerza, empiezo a azotar su culo
con mi otra mano. La azoto con dureza, golpes picantes. Quiero dejar su culo
rojo. Ella intenta de chafarse, pero mi mano izquierda todavía tiene un férreo
control de su coño.
Ella me mira
suplicante, como diciendo, “De acuerdo, ¿pero, puedes parar ahora? No, no
puedo.” La azoto algo más. Mucho más. Sus nalgas tienen ahora un color rojo
oscuro. Mientras sigo azotándola, pienso en lo próximo que voy a hacer con
ella. Hay tantas posibilidades. Creo que voy a hacerle una foto a su culo
desnudo, de un rojo brillante. ¿Y después de esto?
y después....?
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