miércoles, 1 de junio de 2011

Un acto de amor

Este es el título de una novela asombrosa de Howard Jacobson. No puedo decir cuándo fue la última vez que me vi impactado por la lectura de una novela, pero esta es excepcional. Es como si el protagonista hubiera estado hurgando en el interior de mi cabeza. No es solamente esto. Creo que además ha estado espiándome.
Me explico. Es una novela que trata sobre un hombre que tiene compulsión a compartir su esposa con otro hombre. Cuando digo compulsión, quiero decir, que esto es  para lo que él vive, es una necesidad que todo lo consume. Como él mismo dice: “Ningún hombre, nunca jamás amó a una mujer y nunca se la imaginó en los brazos de ningún otro hombre. Ningún marido es jamás feliz, real y genitalmente feliz, feliz en su mismo corazón de marido – hasta que tiene la prueba positiva de que otro hombre la está follando.”
¿Te parece poco probable que otro hombre pudiera sentir de esta manera? De acuerdo, puedes imaginarte a un hombre teniendo un deseo muy vivo por estar con un pequeño grupo de sexo. Pero, ¿puede esto ser realmente la llave para la felicidad? De la manera que Jacobson lo explica, puedes creerlo. Bueno, puedes si eres más o menos como yo.
Lo que él explora es una especie de masoquismo mental que tiene su propia lógica. Por ejemplo: “Contra más amas a una mujer, con más intensidad temes su pérdida. ¿No es una estrategia sensible practicar el perderla? Sí, pero replicarás, con tu manera absurda, ¿no es mucho más probable que la pierdas si la presionas para que se entregue a otros hombres? Pero, si eres un masoquista del tipo que él describe, entonces, el dolor de su posible pérdida (la incertidumbre y el suspense son siempre una parte de la atracción) es algo que estás obligado a mantener. Para ti, los celos son inseparables del amor.
Hay algo más que eso. Es porque tú la amas tanto que la quieres compartir. “El instinto de compartir eso que encontramos bello yace profundamente dentro de nuestras naturalezas,” dice Jacobson. Si yo quiero compartir el placer de un cuadro hermoso que yo tengo o que una pieza musical deliciosa o un poema llame la atención de alguien, entonces, cuánto más puedo yo desear el compartir la belleza de mi mujer con otros hombres. Y compartir significa mostrarla desnuda. Y ofrecerla. Aunque solamente a alguien que tenga el paladar para apreciarla.
¿Cuál es el lugar de la mujer en esta historia? Podrías estar pensando. Tendrás que leerla si quieres saberlo. Pero, ella es una criatura compleja, no una mansa sumisa. Ella sabe lo que se trae entre manos. ¿Es ella cómplice o no?
Nuestro no muy heroico hombre no está presente cuando el acto tiene lugar. No es más que un trío en el sentido que está ahí en espíritu. Pero, lo que los dos amantes hacen en su imaginación es, si cabe, más angustiosamente excitante para él que todo lo que  en realidad pudiera presenciar.
Es un libro lleno de digresiones sorprendentemente agudas. Por ejemplo: “Solamente los puritanos se preocupan de ello sexualmente, porque no existe erotismo donde no existe una gran importancia de las consecuencias.” Y esto: “Donde quieras que encuentres a una sumisa y a un dominante interconectados, es la sumisa quien manda.” Hay infinidad de blogs sobre esto. Jacobson es también muy astuto sobre la participación de las mujeres en todo esto, sospecha de que en realidad se trata el deseo secreto de un hombre por otro hombre: “Ellos siempre se preguntan, si las mujeres están siempre, de verdad, interesadas por la polla. Porque, ellas no son tan celosas como los hombres, porque toman la ruta del asesino Otelo por sí mismas y al no poder imaginar de qué parte procede el placer, llegan a la conclusión que debe ser la desviación que ellos entienden (por ejemplo, la homosexualidad) la que lo explica, más que la desviación (el disfrute de los celos) que ellas no tienen.” De acuerdo con mi experiencia, esto suena bien. Creo que ella se preguntaría si lo que yo realmente quería, era chuparle su polla. Yo podría haber hecho eso, pero, solo para complacerla, no para complacerme a mi mismo.
Jacobson explica que el deseo de un trío con otra mujer, en absoluto, es lo mismo. “La fantasía que algunos maridos tienen al ver a sus esposas abrazando carnalmente a otra mujer es algo más completo. No soy tan puritano como para negar la excitación que esto produce en la vida erótica o pretender que la vista de dos mujeres besándose no es algo bonito…pero no estoy hablando sobre la excitación.” Un montón de hombres quisieran tener dos o más mujeres a la vez. No estoy contra esto, pero, para mí, no tiene el mismo atractivo. Es solamente una forma de codicia o vanidad y, aunque una mujer pudiera gozar placenteramente al permitir tales rasgos en su hombre, (la codicia y la vanidad, después de todo, puede ser bastante inofensivas en un contexto concreto), no tienen las mismas resonancias emocionales. Alguna solamente hubiera considerado invitar a otra mujer si hubiéramos encontrado a alguien para que la dominara. Ella hubiera disfrutado eso, pero nunca lo aceptamos.
Para mí, fue más complicado que tener la simple necesidad que Jacobson tan brillantemente describe. En los posts anteriores, he tratado de explicar algo de otros casos, más convencionalmente dominantes, las motivaciones involucradas con lo que yo hice, tales como querer demostrar que yo seguía siendo su dueño dejándola que se fuera con otro y estableciendo estrictas condiciones sobre lo que podría hacerse con ella. Pero, él puso su dedo en lo que era el factor más importante para mí, mucho más de lo que yo me di cuenta en ese momento. Seguramente, estarás pensando, ¿no serán los dominantes probablemente más sádicos que masoquistas? Sobre lo que estás hablando no me parece que sea muy controlador. Ahí es donde estás equivocado. Jacobson sugiere que es la sumisa quien manda. Similarmente, es la única que quiere verla con otro hombre que haga que todo funcione. Hazme caso, es más una idea mía que de ella.

1 comentario:

  1. Suena (se lee) interesante... por el toque psicológico que engloba...
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    Cariños.

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