El comentario que hizo una lectora anónima a mi artículo “Existe el
dolor,” al preguntándome por qué no escribía sobre lo que siente el dominante,
me hizo pensar. A lo largo de mis escritos, he hablado bastante sobre lo que el
dominante siente cuando azota. Ahora bien, en el caso concreto de ese artículo,
al dominante lo he enjaulado y he liberado al sádico y como el mundo de las
parejas gira alrededor de los sentimientos y se analizan a través de ese
prisma, le pregunto: “¿Cree usted que yo expreso afecto y amor al infligir
dolor? ¿Qué tengo que hacer para que sus gritos y entrega a los
torrentes de emoción que moran dentro de ella, sean un acto de cariño y aprecio?”
Aunque no sea tan
desinteresado como parece, me excita cuando ella se encoge y lucha por
mantenerse en su sitio durante mi ataque. Si ella trata de escapar, me provoca
un impulso felino para jugar con mi presa. Ese impulso, por sí mismo, no es
para hacerle daño, sino para divertirme con ella, a su expensas. ¿Cruel o no? No
estoy tan seguro de que sea tan significativo.
Sin embargo, se trata
principalmente de calmarme a mí mismo. Si usted es o ha sido fumador, sabe de
la ansiedad y de los nudos que se sienten cuando se está en un proceso de
desintoxicación. Imagine la presión por relajarse que presiona sobre usted
después de varios días. Eso es lo que se siente, respirar de su dolor. Y no
tiene que ser elaborado o prolongado. Subrepticiamente, pellizcar su pezón y
bloquear sus ojos con ello y ver su cambio de expresión, desde lo lúdico a su
angustia, para morderse su labio y para ahogar su grito, puede ser más que
suficiente.
E imagine que aprieta su pecho
con su mano, en vez de tratar de arrancarlo. Imagínese que, sin decir palabra,
le pide más, aceptando de todo corazón, nadando contra la corriente del
instinto que le dice que se aleje del dolor. ¿Cómo puede cualquier cuerpo
quedarse tan frío ante tal aceptación?
Me gusta pensar en mi ataque
como constructivo más que destructivo. Sin nada más, por lo menos, mi ataque es
para apreciar la belleza más que para estropearla. Mi ataque es para
comunicarme con ella, conectar con ella, para apropiarme de su expresión de
cómo yo la impacto. Para quererla, para mostrarle mi aprecio por todo lo que
ella se está obligando, para liberar su mente y su corazón, para que ella sea
libre de sentir y percibir todo lo que ella sea capaz. Controlar su experiencia
y dejarla que vuele, aunque ella esté entre mis manos.
Creo que, términos de un
sádico, intento analizar, evaluar y predecir su reacción, controlando su cuerpo
y, a través de este, controlar su mente. Como sádico, no creo ni pienso en
términos de liderarla ni presionarla para que se realice para mí, pienso en
cómo asumir el control de sus emociones y aceptarla, usarla y devorarla.
Controla cada movimiento de la sumisa, admirándola al mismo tiempo, dándole tanto placer, que dudo que quisiera volar de entre sus manos.
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