viernes, 11 de marzo de 2011

Agarrándola

“Desnúdate y ven aquí,” digo.
Ella me mira, tratando de calibrar mi estado de ánimo. ¿Puede ella apreciar que el tono seco de mi voz es un indicador de mi cruel intención o es sólo un juego? Ni frunzo el ceño ni tampoco me sonrío. Hay una ausencia total de emoción. Ella debe hacer lo que quiera. Pero, no debe dudar de que mi orden debe ser obedecida.
Se acerca a mí y permanece ahí desnuda, con la cara despejada, expectante, confiando. Esto pone de manifiesto al sádico que hay en mí. Estoy a su lado. Meto mi mano izquierda entre sus piernas, cojo los pliegues de su coño entre mis dedos y los aprieto con fuerza. Ella jadea. Sigo apretando fuerte. Ella gime. Más fuerte. Aprieto lo más que puedo. Ella chilla. Agarrándola con fuerza, empiezo a azotar su culo con mi otra mano. La azoto con dureza, golpes picantes. Quiero dejar su culo rojo. Ella intenta de chafarse, pero mi mano izquierda todavía tiene un férreo control de su coño.
Ella me mira suplicante, como diciendo, “De acuerdo, ¿pero, puedes parar ahora? No, no puedo.” La azoto algo más. Mucho más. Sus nalgas tienen ahora un color rojo oscuro. Mientras sigo azotándola, pienso en lo próximo que voy a hacer con ella. Hay tantas posibilidades. Creo que voy a hacerle una foto a su culo desnudo, de un rojo brillante. ¿Y después de esto?

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