Él la pone de pie contra la pared, las manos levantadas, la cabeza
entre ellas. Él empuja sus pies hacia atrás para que su peso caiga hacia
adelante.
“Abre más tus piernas,” dice él.
Ella está de pié tal como la policía hace si te buscara y encontrara;
desequilibrada e indefensa. Él está muy cerca detrás de ella. Cuando él habla,
ella puede sentir su aliento en su oreja.
“¿Has sido una mujer buena?” Pregunta él.
“Sí, Señor.”
Él agarra un puñado de su pelo y lo retuerce. “¿Seguro?”
“Sí, Señor.”
Retuerce su pelo con más fuerza. Ella corta su respiración. “¿Ningún
hombre te ha follado mientras yo he estado fuera?”
“No, señor,” dice ella.
“¿Ni incluso te ha besado?”
“No, Señor. Quiero decir, no. Realmente, no.”
“¿Realmente, no?”
“Fui a una fiesta con una amiga. Bailé con un hombre. Intentó besarme,
pero, más o menos, lo evité.”
“¿Más o menos?”
Ella duda. Sus labios rozaron mi boca.
“¿No ibas a decirme esto, verdad?”
Hubo un silencio.
“¿Qué voy a hacer contigo?”
“No lo sé, Señor. Lo siento.”
Le suelta los pelos. Con una mano levanta su falda, luego desliza la
otra mano por la parte de atrás de sus bragas. Llega a su entrepierna. Luego, introduce
un dedo en su coño. Él siente que ella está temblando.
“Ya estás mojada,” dice él.
Él puede ver el rubor en su mejilla. “¿Qué eres?” le pregunta.
Ella sabe que sería mejor dar una respuesta directa. “Una puta,
señor.”
“¿Qué eres?” Él gira su dedo por el interior de su coño.
“Una puta sucia, Señor.”
“Eso está mejor,” dice él. “Por supuesto, no se trata solo de lo que
haces, sino de lo está pasando por el interior de tu cabeza.”
Él mete un segundo dedo en su coño. Ella gime.
“Yo sé que en tu cabeza estás siendo follada por otros hombres,
hombres extraños, ni incluso conoces sus nombres. Te están follando en
callejones oscuros, en habitaciones de hoteles anónimos, sobre la mesa en su
oficina, en el asiento trasero de los coches.”
Ella gime.
“Y, algunas veces, es más de un hombre. Otras veces, son dos o tres a
la vez, ¿verdad?”
Ella asiente con la cabeza.
“Mala mujer,” dice él. “¿Sabes lo que le pasa a las mujeres malas?”
“Sí, Señor,” dice ella. “Pero, ¿puedo decir algo?”
“Bueno.”
“Parece que usted se excita con la idea de que yo esté con otros
hombres. Por lo tanto, está claro que yo debería ser castigada por tales
pensamientos.”
“¿Quién ha dicho algo sobre un castigo? Dice él.
Ella guarda silencio, un poco confundida.
“Creo que necesitas unos buenos azotes con el látigo, realmente,
fuertes. Para poner tu cabeza en un sitio adecuado. Pero, yo no le llamaría a
eso un castigo.”
“ No, señor,” dice ella, mucho más aliviada.
“Ve y arrodíllate en el filo de la cama,” dice él. “La falda subida,
las bragas bajadas. Va a ser con el cinturón.”
Ella tiembla mientras espera. ¿Qué tiene el cinturón que le impresiona
tanto a ella? Oye el tintineo de la
hebilla, escucha el deslizamiento mientras se lo saca del pantalón. Ella
aprieta su cara entre las sábanas mientras espera el cruel beso del cuero. “¿Cómo
será de fuerte?” Se pregunta ella.
Exquisito relato... Ese juego psicologico de no sé si debo ser castigada por ser lo que soy y lo que él quiere que sea, pero finalmente si cree que lo merezco, me gusta que lo haga... No se si hay algo mejor para una mente sumisa y un corazón mas sumiso aún!
ResponderEliminarEs muy importante que el Dominante genere los momentos de tensión psicológicos en la mente de la sumisa, tanto para castigarla, usarla o tensionarla mental y físicamente...a partir de ese estadio es cuando empieza el auténtico entre el Dominante y su sumisa y donde se prueba la "maestría" del líder y la calidad de la sumisa...
ResponderEliminarFeliz día, sirenaymusa,
Ben Alí
Para mi todo esta tensión psicológica no hace más que incrementar la pasión, mantiene la relación viva, la mente de la sumisa no para quieta y siempre va a ser un torbellino de emociones. Sin duda un gran método, seguro que su sumisa se lo agradecerá.
ResponderEliminarUn saludo