La otra noche, después
de que nosotros hubiéramos estado jugando con las webcams, le ofrecí a la mujer
de los ojos verdes un orgasmo.
“Puedes correrte, si lo
deseas,” le dije.
Y ella se negó. Esta es
una mujer que necesita correrse mucho. Esta es una mujer que, cuando recientemente,
le denegué sus orgasmos durante toda una semana, me rogó y suplicó que se los
permitiera. Se quejó constantemente que si no se corría, se volvería loca. Y
ahora, ella estaba rechazando uno libremente. ¿Por qué?
Ella explicó su razonamiento.
Tenía unas vacaciones por delante y sabía lo que significaba tener una
oportunidad para jugar conmigo muy intensamente. Ella quería que su deseo se
pusiera a punto y se perfilaba para esto, no demasiado obsesionada por el deseo
de correrse. Si ella no orgasma durante un tiempo, su necesidad se hace febril.
Y, por lo tanto, si no hay una posibilidad de satisfacer sus necesidades con
sesiones prolongadas con su Amo, entonces, ella alimentará su deseo con el fin
de aumentar su placer.
Esto suena como el
equivalente sexual de la ética del trabajo protestante, esa característica de
la antigua sociedad capitalista occidental mediante la cual un buen burgués
haría de marido sin recursos e invertiría para el futuro. La gratificación
instantánea era diferida con el fin de amasar el capital que daría lugar a una
mayor prosperidad a largo plazo. (Lo que el capitalismo es ahora, no parece que
tenga mucho sentido, más como un crimen rápido, pero supongo que esto es otra
historia).
Por supuesto, al ser su
dominante, yo podría haber insistido en que ella se corriera, tanto si lo
quería como si no, y me hizo considerar esta opción. Es placentero observar
cómo ella se corre por la pantalla, ver su intensa concentración en su cara
mientras el orgasmo se va generando para oír los pequeños ruidos que ella hace
mientras se va acercando y luego, ver su cuerpo temblar con el espasmo del
éxtasis. Por otra parte, hay mucho más placer al posponerlo que, si yo sé que
la va a poner más caliente, más dispuesta a hacer las cosas que tengo en mi
mente para la próxima vez que juguemos.
Contra más calienta
ella esté, más puedo conseguir de ella, mejor puedo cogerla. Puedo fijarla en
el nivel de dolor que ella tiene que soportar o la cantidad de humillación que
ella debe sufrir. Al ser una mujer muy sexual, ella nunca está en un estado
mental donde no quiera correrse. Interesarla en algún tipo de actividad sexual,
es el trabajo de un momento. Y ella no es como un hombre que, cuando ha
eyaculado, preferirá pasar la próxima hora viendo un partido de fútbol en la
televisión antes que ser seducido por más juego sexual. Ella siempre está
preparada para más y, al parecer, siempre mojada. ¿O es que el mero intento de
poner las manos entre sus piernas y comprobar el estado de su coño, por sí
mismo provoca un flujo inmediato de sus jugos? De cualquier manera, ella está
preparada.
De todos modos, si ella
se ha mantenido en el límite, constantemente excitada y nunca satisfecha,
entonces, uno puede conseguir resultados más notables como, por ejemplo,
poniendo las pinzas implacables y particularmente perversas en sus pezones. Por
lo tanto, yo no la forzaría a que ella se corra. Y la próxima vez que ella
quiera, tendrá un orgasmo más grande, más fuerte y más largo. Pero, tal vez, ella
no va a conseguir ni siquiera uno. Quizás, la próxima vez voy a ser el encargado
de hacerla esperar. Dos podrán jugar en ese juego.
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