domingo, 18 de octubre de 2015

No pares

El temor secreto de las mujeres sumisas es que el dominante no pueda tener la fuerza mental para seguir adelante hasta el punto en el que ella no pueda recibir más. Ésta tiene miedo de que él pueda echarse atrás demasiado pronto. Ella le escogió para que fuera su dominante porque es un buen hombre. Después de todo, es una relación como cualquier otra. Ella quiere a alguien que sea simpático, amable y cariñoso. ¿Quién no quiere que una pareja sea así? Pero, ¿puede un buen tipo ser realmente estricto, el dominante implacable que tanto ansía, que es indiferente a sus gemidos, a sus medio reprimidas súplicas de piedad, que es implacable ante su sometimiento al dolor y a la humillación?
Lo que la mujer sumisa necesita, es ser dominada y entregarse. Ella quiere ser despojada de todo vestigio de resistencia. No quiere un dominante que sólo se apiade de ella porque su trasero esté buscando un poco de color rosa o porque ella chille cuando le ponga las pinzas. Mientras el dolor aumenta, la tensión se forja en su mente. El dolor se aproxima gradualmente al punto donde se hace insoportable. De pronto, ella quiere parar. Y, sin embargo, y este es el verdadero misterio de la sumisión, ella no quiere que se detenga. Ésta quiere ver cuánto más puede recibir.  Quiere ese tipo de dominante que pueda decirle, uno o dos minutos después de que él la haya permitido quitarse las pinzas, en ese mismo punto, cuando ella piensa que pudiera desmayarse de dolor: “Y ahora, ponlas de nuevo. Hazlo.” Por eso, ella necesita un dominante cuyo deseo de causarle dolor en última instancia, resulte más fuerte que su deseo de sufrirlo.
Por supuesto, si usted no es una masoquista estricta, puede leer, en vez de dolor, humillación, objetificación y cualquier otro tipo de control. No importa lo que el dominante se movilice para asegurar que su voluntad sea obedecida. El punto es justo el mismo. Ella tiene que sentirse segura de que él no se dará por vencido, que él no va a permitírselo a la ligera.
Cuando en la fría luz del día, ella contempla todas las implicaciones de esto, se asusta de sí misma. Con toda seguridad, realmente no quiere esto. Ella necesita una palabra de seguridad, necesita una lista de límites duros claramente comprensibles, ella necesita sentir que se puede achicar si se pone demasiado dura. Pero, hay un rincón de su cerebro donde esto no es lo que ella quiere en absoluto. El pensar que él pudiera tener el poder y el deseo de presionarla más allá de lo que ella puede soportar, hace que su cabeza se sumerja, se le hace un nudo en el coño y babea. ¿Finalmente, ella ha encontrado a su pareja? Por favor, ella ruega: “Evítame de un dominante amable. Después de que todo se acabe, yo quiero sus besos y caricias y palabras tranquilizadoras. Pero, por ahora, quiero sondear la profundidad de su crueldad. Haz que se adamantine.”

1 comentario:

  1. Un ser humano puede resistir hasta donde sale lesionado. Mucho más allá de lo que cree posible resistir, la vida nos lo demuestra una y otra vez.
    Una vez un hombre me dijo: "ata a tu perro por las noches, con una cuerda no muy larga,y con algo de hambre, por la mañana le sueltas y le acaricias y le das un bocado muy rico. Tu perro te adorará".
    Ni le respondí. Amo demasiado a mi perro para hacerle sufrir con el único fin de que me adore. Mi trabajo con él es que me quiera mientras es feliz. El síndrome de Estocolmo no es mi objetivo.
    rarita

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