Continuación de "Un baile bajo la lluvia."
El calor sofocante de la tarde
penetraba a través de la habitación, dejándola incómoda. Difícil de respirar.
El aire estaba en calma. La humedad, sumada al tinte del sudor reluciente que
cubría sus cuerpos. Las piernas de su marido seguían envueltas a través de las
caderas de ella, desde atrás. Su pecho, pegado a la espalda de ella. Estaban acostados.
Disfrutando lo último del sexo, inducido por la electricidad que recorría sus
cuerpos. Al igual que, las rocas a lo largo de la costa en la marea alta se
convulsionan después de cada ola tumultuosa. La respiración de ambos, desgarrada.
La boca de ella más seca que la
sierra que espera el momento de ser apagada. Tentativamente, la punta de su
lengua buscaba la gota de sudor que corría a lo largo de la clavícula bronceada
que llevaba al hombro, donde ella descansaba su cabeza. No le quitaría la sed,
pero le daría parte del sabor de él. Su amante saborearía la dulzura salada. El
cambio de sus dedos en ella, le trajo a ésta un dolor nuevo. El dolor de ser
usada de las maneras más deliciosas. Su carne sensible estaba más que maltratada.
Ella quemaba. La gloriosa humedad que cooperaba con el deslizamiento de un
fugaz recuerdo. Sus nudillos rozaron las paredes de su apretada caverna,
mientras aliviaba sus dedos. Ella, cogiéndose su propio labio inferior entre sus
dientes, en una mueca de dolor, inclinó su cabeza hacia atrás, para mirar las
almohadas rosas de sus labios. La pala fuerte de su pómulo.
Su amante colocó una de las
puntas de sus dedos recubiertos contra los labios de ella. Ansiosa y sin
complejos, metió todo su dedo en la boca y lo chupó, como si fuera un caramelo
duro. Picante y dulce. La mezcla de él y ella. Demasiado pronto, se lo denegó y
lo retiró. Él se metió los tres dedos cubiertos en su propia boca. Sus mejillas
se hundían mientras los chupaba. El profundo susurro de un gemido eructó de su
boca y ella sintió que la pegajosa excitación se desprendía de su carne
asaltada. Cerrando sus ojos contra la exhibición carnal, ella tembló. Se había
vuelto insaciable.
Su marido se movió detrás de ella.
Su ahora fláccido pene, gastado de recompensar su otro pasaje con un homenaje
tabú, se resbaló liberándose. Ella, casi lloró por la pérdida. Los dedos de su
marido se apoyaron en la cadera de ella. Apretándola mientras le facilitaba la
vuelta sobre la cama. Mirando hacia arriba, ella se concentró en los fragmentos
y astillas del espejo, que se unían en un diseño abstracto en el techo. La
imagen que hacían. Reflejada de nuevo sobre ellos. Sin vergüenza, ella se quedó
tendida, mientras estaba encorchetada por sus amantes. Tres corazones latiendo
como uno. Los tres se bañaron en el resplandor del crepúsculo.
Que morboso!
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