sábado, 11 de marzo de 2017

Una mejor, la verdad final

La habitación estaba fría, extraña, y al final. El metrónomo electrónico que medía el ritmo de la vida, zumbaba, cada vez con más lentitud. Las persianas estaban abiertas. A ella, le gustaba el cielo nocturno. “El cielo sería pronto su casa,” ella le dijo.

Había llegado. Había comido. Había ganado.

En lugar de hablar, ella le guiñó un ojo. Él odiaba el gesto. Significaba “seguir adelante.” Durante treinta años, ella le sorprendía con la libertad de satisfacer sus deseos. Con el tiempo, había aprendido a mentir…

Porque ella sólo quería hacerle feliz.

“Nunca hubo nadie más que tú,” la dijo, susurrando su mejor y definitiva verdad, y besándola en la frente.

Algunos deseos no son dignos de realizarlos, él lo había aprendido hace mucho tiempo. Especialmente, cuando el hogar es todo lo que se anhela.

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