Él se echó a reír, mientras la
sacaba al balcón. En el viento salvaje y la lluvia. Sus ropas, se pegaron casi
inmediatamente a la piel de ambos. Él la hizo sonreír como nadie en mucho
tiempo. Era la mosca que volaba por el culo de los pantalones de ella. Quería
retenerlo. Meterlo en su bolsillo. Ambos estaban casados con otras personas.
Eran el uno para el otro, como algo extra.
“Estás loco.” Ella gritó fuerte
por el ruido de la estruendosa lluvia, que picaba cada parte de su piel
expuesta. Recordándola que no estaba soñando. Él se volvió contra ella y la
agarró por la cintura. Elevándola en el aire. Ella se inclinó hacia atrás con
los brazos levantados hacia el cielo, que explotaba. Sus ojos se cerraron
mirando al asfalto y bebió la lluvia que derramaba por su boca.
“Loca tú, querida.” Su acento
cálido, como el whisky criollo, la hacía ronronear cada vez. Ella le sonrió y
pasó sus dedos por sus rizos acaramelados y suaves, ahora humedecidos por la
lluvia. Los ojos de él eran como esmeraldas. Ella envidiaba su color. Odiar esa
mina parecía aburrido junto a los suyos. Sus dedos se pasearon por los labios
de él y éste agarró uno de ellos. Cogiéndolo entre sus dientes para morderlo
con suavidad. A ella, le encantó cómo la palidez de su piel destacaba con la
sombra de la suya.
“Quítate todas tus ropas.” Él
emitió estas palabras sobre la punta de su dedo. Pudo sentir su lengua contra
la yema sensible con cada palabra. Ella se puso sobre el suelo de madera.
Deslizó las zapatillas de sus pies y se apresuró con el vestido. Nunca llevaba
ropa interior. No se lo tenía permitido. Ni siquiera tenía un par de bragas. Se
paró ante él completamente desnuda bajo la lluvia. Estaba liberando.
Emocionante.
“Ahora, quítame las mías,
desnúdame.” Ella no perdió el tiempo arrastrando lo inevitable. Quería una
satisfacción instantánea. Su camisa no estaba abrochada. Apenas su camiseta. La
pasó sobre su cabeza para ponerla encima de su vestido. Se arrodilló y
desabrochó su cinturón, abrió el botón y, lentamente, deslizó hacia abajo la
cremallera. Él tampoco llevaba ropa interior. Ella no quería dañar su verga
gloriosa.
“Hueles a sudor, lluvia y
azúcar.” Le dijo. Tiró de sus vaqueros hacia abajo y sacó un pie mientras
tiraba. Una vez que ambos estuvieron fuera, ella volvió a meter la cara en su
entrepierna. Le encantó la sensación de su vello rizado y recortado contra su
boca y nariz. Le cosquilleaban los sentidos. Envolvió su mano alrededor del
peso pesado de su pene y presionó sus labios contra su punta. Tomando sólo su
glande entre sus labios suaves y rosados para saborear el pre semen de su
verga.
“No, dulce chica, eso es para
tí.” La levantó de sus rodillas y la llevó al borde del balcón. La lluvia no
había detenido a la multitud en la calle. Cada noche, era el placer de un
pecador. Dándose la vuelta, la levantó y la sentó en el borde del pretil. Ella
envolvió sus brazos en la barandilla metálica y se echó hacia atrás. Gritos de
la calle se dirigieron hacia arriba. Ella estaba expuesta para la gente que
paseaba calle abajo. Atrapada en la maldad, no se dio cuenta de que él se había
puesto de rodillas ante ella. Su aliento contra su carne caliente la sacó de su
ensueño. Al primer toque de su boca, ella gritó con un desenfrenado abandono.
La lengua de él se burlaba de ella con delicias malvadas.
“Chica, veo que te has puesto en
marcha. Tengo una idea perfecta sobre cómo puedes ganarte las perlas,” le dijo
a ella. Miró hacia arriba para ver a un amigo acercándose hacia ellos. También
estaba magníficamente desnudo. Su pelo oscuro y su piel bronceada anunciaban
orgullosamente sus antecedentes nativos. El recién llegado se inclinó para
besarla en el lado del cuello, cogiendo la suave carne entre sus dientes.
Lamiéndola. Dejando su marca. Su amante la apartó de sus cuidados el tiempo
suficiente para bajarla del pretil. Una vez que sus pies descalzos tocaron las
tablillas de madera, el recién llegado le dio la vuelta, dándole la cara.
“¿Estás lista, azúcar?” El acento
del recién llegado no era tan pesado como el de su amante, pero, todavía hacía
que las rodillas de ella temblaran. Su marido era un hombre muy guapo. La
levantó sobre la punta de los dedos de sus pies para besar la línea firme de
sus labios. Al mismo tiempo, su amante se puso detrás de ella. Pudo sentir sus
dedos profundizando en su coño, mojándose antes de que empezara a frotarlo
lentamente contra su propio agujero, el cual sería violado en breve. El recién
llegado se hundiría profundamente dentro de su coño y ella estaría dualmente
empalada. Casi llegó a pensar, y se mordió el labio inferior. Ella amaba a los
dos y esa noche, los tres tendrían este baile bajo la lluvia.
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