“Te tuve miedo cuando te vi por primera vez. Tenías una mirada malvada que enviaba escalofríos y aprehensión a lo largo de mi columna y sin embargo, cuando alargué la mano y toqué fugazmente sus bordes ásperos, pude sentir que mi coño se humedecía mientras mi mente pensaba en ti tocándome. Pero mantuve mi distancia, no queriendo provocarte a la acción, porque era mucho más feliz imaginándote. De vez en cuando, podía alcanzarte al verte, a veces, sentía como si me estuvieras mirando. Sabía que esto no podía ser el caso, pero, aun así, te demoraste, tentándome más con tu aire casual.”
“Entonces, un día me encontré a solas contigo y, antes de saber lo que estaba sucediendo, mi naturaleza inquisitiva se hizo cargo y me acerqué a ti. Mis dedos recorrieron tus firmes contornos y se arrastraron por los bordes irregulares de tu torso. Mi respiración se aceleró en respuesta, pero antes de que pudiéramos quedar atrapados juntos, me di la vuelta y me alejé.”
“Al final, viniste por mí, cuando menos lo esperaba y me enseñaste a no tener miedo de tu caricia. Pensé que me harías llorar, pero en cambio me bañaste con tu calor y un hormigueo que me hizo ofrecer más.”
“Me mostraste el poder de tu pasión brutal y me dejaste marcada y en llamas. Ya no te tengo miedo. Me permito pensar ahora en tí y recordar y me encuentro sin aliento con el deseo de más de tus hechizos mordaces. Me pregunto cuándo volverás a buscarme. Me pregunto, si sabes cuánto deseo sentir tu toque sobre mi piel. Me pregunto, si te lo suplico, ¿me darás más…?”
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