Puede oírle moviéndose por la habitación, movimientos constantes y deliberados como si ella no estuviera allí. La oscuridad del antifaz le deja solamente con su oído para anticipar lo que Él hará. El deslizamiento de un cajón, madera contra madera, le dice que está buscando un juguete, pero, ¿qué hay de ella? Es su juguete. Acostada en la cama, las muñecas y los tobillos esposados y sujetos a las cuatro esquinas, expuesta, vulnerable y temblando… con una lujuria terrible.
El más mínimo toque en su espalda la hace temblar, el más leve cosquilleo de algo que no pueda identificar. Un gruñido de frustración se escapa de sus labios. Ella odia el no poder ver, le roba su capacidad de anticiparse. Muchas veces se ha quitado la venda de los ojos en pura desesperación por ver, razón por la cual se encuentra así ahora, atada. Su comportamiento anterior ha sellado su destino esta vez.
El látigo anuncia su inminente llegada con ese chasquido distintivo, mientras corta el aire. Sólo tiene un momento para prepararse para su toque, pero nada puede prepararla para esto. El látigo termina su viaje sobre su carne desnuda y sabe de inmediato que se ha reprimido. En lugar de su mordisco habitual, este primer golpe es más un mordisco ligero, una provocación. Una vez más, ese toque de cosquillas, mientras permite que el extremo deshilachado permanezca sobre su trasero.
El próximo es rápido. En un momento, ese cosquilleo fugaz y luego, el golpe. Sus sentidos comienzan a confundirse y ha perdido el sonido del látigo, o tal vez, sean sus gemidos los que la ahogan. Una y otra vez, la tela trenzada muerde su piel, dejando sus marcas distintivas del corte, que se elevan inmediatamente como ronchas rojas en contraste con el resto de su suave piel blanca.
Su respiración es dificultosa, mientras lucha contra las ataduras que la sostienen, tirando y arrastrando, pues está atrapada. Él sabe que la pelea es parte de su baile dentro de este juego. Sabe que, si realmente quiere que se detenga, entonces sabe exactamente cómo hacer que eso suceda, y por eso, Él continúa, llevándola a ese lugar de sentido y nervio, acciones y reacciones sin control.
La sensación de su peso en el borde de la cama le sorprende en el silencio, tan perdida en el momento que ni siquiera se ha dado cuenta de que Él se ha detenido. Cuando siente sus rodillas entre sus muslos, arquea la espalda y se ofrezce a Él como la putilla hambrienta que Él la hace. Quiere sentirlo ahora dentro de ella, necesita sentir eso, su coño doliente por su polla y la liberación que sabe que le traerá. Gruñe de necesidad cuando Él entra dentro de ella, tratando desesperadamente de empujarlo hacia atrás, deseando más y más, pero mientras entierra su cuerpo sobre el de ella, el calor punzante de su trasero se enciende de nuevo.
Con una mano firme alrededor de su cuello, la sostiene, mientras lucha y se agita debajo de Él. la presión dentro de ella aumenta, los límites del placer y el dolor chocan hasta que le suplica que la deje correrse, suplicando palabras de permiso mientras las escucha gruñiendo en su oído. Siente su falo estallar dentro de ella y están realmente juntos, en este momento, el dominante y su sumisa, unidos entre sí a la perfección.
Le dice que algún día le pedirá el látigo, pero lo niega. Odia el látigo en el momento en que la toca, quiere que se detenga, pero luego se queda mirando las marcas que deja en ella, acariciándolas con amor con las yemas de sus dedos mientras revive el momento una y otra vez. Dice que la llevará allí, a la sumisa que puede admitir que es lo que ella anhela en secreto. El tiempo lo dirá, supone.
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