jueves, 9 de marzo de 2017

El pacto

“Debemos hacer un pacto.” El viento suave soplaba sobre su cabello alrededor de sus hombros desnudos. Ella llevaba consigo el olor limpio de las toallas y el cloro. Enfriando temporalmente su piel caliente. Era el día más caluroso del año y el sol estaba en su punto más alto en el cielo azul cristalino. Su piel, bronceada y reluciente con el brillo pulido de la loción. La cual se la aplicaba con una mano pesada.

 

“¿Qué clase de pacto?” Ella se lamió delicadamente sus labios secos. Todavía podía saborear sus besos de coco. Las manos cubiertas de loción se frotaron en la frambuesa que coronaba sus pechos. Cuidadosamente, para asegurarse de que los triángulos de su piel virgen de marfil no ardieran. Sus manos fuertes daban a la carne sensible un apretón, mientras ella miraba a su alrededor, buscando el trozo de tela rosa que la protegía de los rayos. La parte superior de su bikini se perdió entre la pila de la ropa de ellos, esparcida por el suelo. Ella podía sentir que formaba palabras en su estómago con respiraciones cortas y el susurro de sus labios. Éstos ardían contra su piel. Su lengua dando pasos lentos contra la cuerda de sus pantalones.


“Un pacto de amantes. Si no estamos casados cuando tengamos treinta años, nos casaremos el uno con el otro. No importa qué distancia o tiempo nos separe. Encontraremos nuestro camino de regreso el uno con el otro. Para entonces, habrás sembrado esa avena salvaje de la que sigues hablando.” Ella le dijo.

 

Sus dientes atraparon el nudo de los pantalones de ella, soltando el costado, y dándole acceso a los secretos que él rápidamente desveló. Ella, apoyándose sobre los codos, miró hacia abajo los resaltes dorados de su cabello oscuro con anticipación. Las pestañas de ella bajaron, a la vez que la cabeza de él bajaba. Sus amplios hombros de bronce bloqueaban el mundo más allá de ellos. El primer contacto de sus labios trajo la promesa del paraíso. El segundo toque, un escape pecaminoso de la realidad. Su lengua hablaba de las delicias decadentes con cada caricia.


“Si ambos estamos solos y disponibles a los treinta, me casaré contigo. Tienes ocho años para trabajar en una propuesta mejor,” le insistió


Entonces, ella se perdió cediendo a su caricia. Sus ojos se cerraron detrás de su Ray Ban, cuando el primer gemido se deslizó de los labios de ella. En esos momentos, ella estaba más caliente que el sol del verano.

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