sábado, 10 de diciembre de 2016

A orillas del orgasmo, azotada para orgasmar

Acercándome desde atrás, vendo tus ojos con mi corbata. Estás todavía vestida, una camiseta y una falda. Sonríes. Hemos hecho esto antes. Lo que no te has dado cuenta, es que esta noche será diferente. No vas a tener sexo.

Agarro tus muñecas con una de mis manos grandes y las levanto por encima de tu cabeza. No quiero que te alejes hasta que yo haya terminado. Mordisqueo levemente tu pequeño lóbulo de la oreja y te ríes. A continuación, dejo un reguero de besos a ambos lados de tu cuello. Echas la cabeza hacia atrás, hacia mí. La inclino hacia adelante con mi otra mano, para plantar besos en la parte posterior de tu cuello. Eres toda mía. ¿Por qué debo darme prisa?

Continuando con los besos y, ocasionalmente, pellizcando tu cuello, desplazo mi mano libre alrededor de tu estómago, manteniéndote apretada contra mí. Despacio, mi mano se mueve hacia arriba, disfrutando de la sensación de tu piel bajo la punta de mis dedos.  Cuando llego a tu sujetador, acaricio suavemente cada pecho por la parte superior del sostén, antes de dar la vuelta con más brusquedad, apretando cada uno hasta casi el punto de ser doloroso. El pequeño jadeo que se escapa de tus oídos, es música para mis oídos.

Al deslizar el sujetador por encima de tus senos, extiendo mis dedos. Ahora, con cada apretón, puedo pellizcar tu pezón entre mis dedos, sintiendo cómo se endurecen. Empiezo a pellizcarlo, y retorcerlo adelante y hacia atrás. Te retuerces y te giras un poco al agarrarlo, pero mantengo tu muñeca apretada.

Lentamente, mi mano se mueve hacia abajo, por debajo de la cintura de tus bragas. Mis manos parecen deslizarse increíblemente despacio, hasta que mis dedos se mueven sobre el montículo recién rasurado de tu pubis. Jugueteando con un dedo entre los labios de tu vagina. Justo en la entrada, descubro su humedad y el dolor suave que te causo.

Libero tus muñecas, te inclino con mi antebrazo a través de tus omóplatos, uso mi otra mano para pasar mis dedos por la entrepierna de tus bragas humedecidas, rastreando a través de su tela. Tratas de echar tus caderas hacia atrás con mis dedos debidamente ubicados, ansiosas de alguna penetración. De repente, mis dedos se retiran.

“Todavía no, gatita.”

El primer cachete sobre tu trasero, es casi de risa. Es suave, y como de broma. El segundo y el tercero son iguales. Pero el cuarto, quinto y sexto son un poco más fuertes. El séptimo y el octavo muestran poca piedad, y el noveno y décimo, un dolor picante. En este punto, empiezo a alternar: Una palmada picante en cada nalga, seguida de otra más molesta encima de tus bragas. Intentas alcanzar tu trasero para protegerlo con tus manos, pero mi presión sobre tus hombros no permite que muevas tus brazos. Cuando la entrepierna de tus bragas está completamente empapada, las bajo hasta las rodillas, dejando tus nalgas y tu coño completamente expuestos. Paso la punta de mis uñas por tus abusadas nalgas, rojas y calientes, por los azotes que estás recibiendo. La sensación la sientes como mil agujas, provocando que corcovees y te retuerzas contra el agarre inflexible de tus muñecas.

Al llegar a tu entrepierna, las puntas de mis dedos cazan, encuentran tu clítoris, provocándolo en círculos lentos, enviando ondas de placer a través de tus caderas. A medida que las giras contra mi mano, trabajo tu pasión, llevándola a niveles más elevados. Pero entonces, me detengo, antes de llevarla mucho más allá.

Lentamente, dos dedos penetran los labios mojados de tu vagina, girando y girando al entrar, explorando todos tus lugares interiores. La sensación de estar, finalmente, penetrada, es un alivio. Mis dedos alcanzan gradualmente el fondo y presionando en las partes más profundas, moviéndose como una elaborada partitura de piano, haciendo que gimas con cada nota.

Empujo y saco mis dedos, cada vez yendo tan profundamente como puedo. Más y más rápido con cada penetración. El talón de mi mano, abofeteando los labios de tu vagina. Tiras de mi mano, que restringe tus muñecas, echando tus caderas hacia atrás con cada embestida. Tú quieres más, más dedos, y dedos más profundos.

Mis dedos se retiran a mitad del camino y sientes un tercer dedo que entra en tu coño ansioso y un cuarto y con él, una nueva sensación. Mi pulgar empieza a hurgar su camino entre las nalgas y tu culo, presionando y forzando su senda hacia tu arrugada puerta trasera. Vacilas al sentirlo, tratando de separarlas en tu mente de la nueva plenitud que sientes debajo, en tu vagina. Sin esperar, inserto mi pulgar bruscamente para hacer el camino, y presionando los dedos juntos, a través de la pared que separa tu coño de tu ano, te agarro con firmeza.

Ahora, sosteniéndote en los dos extremos, tu pecho sujeto a la mesa, tu entrepierna obscenamente agarrada por mi otra mano, empiezo a mover mis dedos, y el pulgar, y agito mi muñeca, dándote toda la estimulación que puedo. Contra más gimes, más agito mi mano. Te las arreglas para deslizar mi mano libre entre tus piernas y froto furiosamente tu clítoris.

A medida que continúo frotándolo, tu respiración se acelera más y más rápidamente. Cuando creo que estás al borde del orgasmo, saco mi mano de tu entrepierna. Con brutalidad, azoto tus nalgas rojas una y otra vez, dejando que el dolor se mezcle con tu placer hasta que los dos se combinen en tu cadera temblorosa y tus piernas, sacudidas por el orgasmo.

Te cojo entre mis brazos, beso tus labios y párpados, tu frente y tu mejilla y te digo lo feliz que me haces.

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