Cuando ella entró en la habitación, él dejó de escribir. Su belleza era cinética. Siempre en
movimiento, perpétuo.
Él pasaría mil días observando.
Él desearía mantenerla en su vida durante muchos años.
Él sonrió, perdido, girando en espiral, preguntándose lo que había hecho para merecerla. “Terminaré
pronto,” él dijo. Nunca quiso olvidarla.
“Tómate todo el tiempo que necesites,” ella dijo, besando sus labios
suavemente. “Me siento orgullosa de tí.”
Él abrió sus ojos. Ella se había ido. Él volvió, una vez más, a las
palabras en la pantalla, con sólo piezas de un sueño que quedaba en el espacio.
Que bellooooooo!
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