“Quiero que ordene a mi cuerpo, como si
fuera suyo. Quiero que me haga sentir pequeña y segura. Quiero que me haga
daño. Quiero que quiera hacerme daño, lastimarme y marcarme. Y después, cuando
el sudor y las lágrimas se sequen en mi cuerpo, quiero que me sostenga, como si
fuera preciosa y frágil.
Lo que aún más quiero, es que me hable.
Hacerme saber que me ve. Para hacerme preguntas. Para probar, presionar y
hacerme sonrojar. Para descubrir lo que hace para debilitarme las rodillas y
conocer mis límites. Porque no soy una copia de carbono de la primera niña, ni
de la última, ni de la siguiente.
Y lo que más quiero, es que responda a
mis preguntas con sinceridad y claridad, y hable de mí. Porque usted no puede
saber lo que quiero, a menos que, yo sepa eso también, y no puede conocerme, a
menos, que yo me comparta con usted.
Para mí, este momento, este nosotros,
por mucho tiempo que dure el nosotros, descansa en la vulnerabilidad de la
honestidad. Lo que quiero, es que usted sepa que no espero que sepa más de lo
que he estado dispuesta a compartir,” le escribió a su sádico.
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