De acuerdo. Ha mentido. Es masoquista y es una feminista.
Las etiquetas son duras. A ella, como a muchas
mujeres, no le ha importado llevar la etiqueta feminista, aunque muchas
personas inteligentes que conozco (hombres y mujeres) evitan definirse
feministas, porque no les gustan parte del bagaje social que acompaña al
término.
Advertencia histórica: Desde el principio de los
años 1900 en adelante, las feministas han rechazado ser llamadas feministas,
debido al equipaje que acompaña a la definición. Tengo una amiga que, a pesar
de que abraza la palabra feminista, me ha dicho que no es masoquista, o no una
buena feminista, porque le encanta cuando los hombres le abren las puertas, le
ponen la mano en su espalda baja para escoltarla por la calle, o por la
habitación. En los restaurantes, le preguntan lo que quiere pedir y se lo
retransmiten el maitre por ella, y le llevan sus maletas. “Por lo tanto, Ben
Alí, puedo decir a tales personas negativas, que se vayan a tomar viento y que
ser feminista, no significa que no pueda disfrutar de esas cosas.”
Notal del manual de usuario: El poner su mano en
la espalda baja de una sumisa, hace que la llama de sumisa se agite.”
Sin embargo, la etiqueta con la que lucha esta amiga es
la de masoquista.
Las sumisas, como una
especie vulnerable y protegida dentro del reino de la perversión, tienen un
lugar preciado. Son las criaturas adorables de Tumblr, sin las cuales,
los dominantes dejarían de rugir solos en la noche oscura y vacía, y las
sumisas son alabadas y aclamadas.
Sin embargo, el masoquismo
no tiene un lugar tan preciado.
La sumisión es sobre el
poder. El masoquismo es sobre el dolor. Si bien, es culturalmente aceptable
para ella llevar su sumisión con orgullo (sobretodo, como una hembra
heterosexual, renunciar al poder de un nombre no cuestiona las suposiciones
culturales), el uso de su masoquismo es una cuestión totalmente diferente. Las
culturas occidentales no celebran el dolor. El dolor es una experiencia que hay
que evitar, no abrazar. Así pues, mientras que la sumisión es honrada y
respetada, el masoquismo es un peligro atípico.
El sadismo, la otra mitad
del masoquismo, a menudo tampoco es bien comprendido (incluso, en el reino de
la perversión), pero es más aceptable. Es la venerada posición del
liderazgo. Aunque se quiera infligir dolor, pudiera ser jodido. El querer
recibir dolor es realmente jodido (un sarcasmo). Ejemplo de ello: el Marqués de
Sade, la persona de quien procede el término sadismo, es bien conocido y rememorado
en las películas populares. Leo von Sacher Masoch, la persona de quien procede
el término masoquismo, está en relativa oscuridad. Tal vez, porque como hombre
sumiso que disfrutaba del dolor y la humillación, no es el tipo de hombre que
la historia recuerde (la historia prefiere conquistar a caballo y espada, o
similares).
Me comentó que en una conferencia
reciente a la que había asistido en Barcelona sobre la D/s, se encontró con un
dominante masculino hablando de pensamientos e ideas sobre las que había
tratado la disertación. Cuando ella le mencionó la importancia de las cuerdas
en las sesiones sadomasoquistas, una expresión de angustia apareció en el
rostro de él.
“¡Oh, no!” dijo él, “no para
mí,” dando unos pasos hacia atrás. Como si el masoquismo le estuviera
atrapando, como si fuera una enfermedad infecciosa desfigurante que lo dejaría
hambriento y solo fuera de las murallas de la ciudad.
Por estas razones, debo
afirmar que el masoquismo ha sido muy duro para ella y, por lo general, para
todas personas que se sienten así. Muchas veces, ha discutido abiertamente
conmigo de que no era masoquista. Cuando la última vez que hablamos, me insistió
sobre ello, le sonreí de una manera dominante e irritante. La expresión de su
rostro me transmitía el querer lanzarme algo contundente a la cabeza. Yo era más
que irritante, correcto. Al final, reconoció que ella era masoquista.
Le duele el dolor. Es una de
las razones por las que, en su juventud, le atraían tanto las artes marciales,
aunque no se diera cuenta de ello en aquellos momentos. El entrenamiento de la
lucha en las artes marciales es físico y, por lo tanto, emocionalmente
exigente. Para ella, permanecer centrada y enfocada en medio de las rondas de
castigo, requería equilibrio emocional. La toxicidad emocional del día retrocedía,
dejando espacio para el enfoque activo y fluido, el cual necesitaba que
estuviera presente en su cuerpo.
Como era de esperar, cuando
empezó a participar en sesiones de azotes y ataduras vigorosas (y las
estrategias de afrontamiento que desarrolló), construyeron una base para
aventuras masoquistas de la D/s y del sadomasoquismo. Es consciente de que no
todo el mundo experimenta el juego físico de esta manera, pero para ella, la física
extrema la emociona. Ésta y ella están entrelazadas.
Hay algo sobre la simbiosis
visceral de una interacción sadomasoquista que le atrae. Dos personas unidas en
un momento dado, aparentemente, violando todas las reglas sociales y los límites
sensibles. Esto no tiene sentido intelectual o relacionalmente. Pero, a ella,
le encanta. Le trae la intimidad y conexión tan profundas que, para ella, no
pueden ser replicadas de otra manera. No está segura de por qué alguien que le
preocupa, quiera hacerle daño. Esto hace que se derrita interiormente, pero lo
consigue. Y, ¿por qué otra persona quiere hacerle daño? Porque disfruta de las
expresiones ruidosas que ella emite cuando le duele y de los senderos o marcas
rojas, púrpuras y amarillentas que deja en su cuerpo. Precisamente, por eso,
ella quiere que le haga daño. Puede que ésta no sea la idea de todo el mundo,
es decir, una racha agradable para la gente, pero junto con “mi mujer buena,” “sí,
tú puedes” y “mira a esa señora tonta y tímida,” se ha convertido en parte de
su perversión masoquista.
Su afinidad por el dolor es
complicada. No está segura de dónde viene. El dolor no está directamente
conectado con la forma que experimenta el placer, aunque encuentra algunos tipos
de azotes y sensaciones en las sesiones intensamente eróticos. Una gran parte
del por qué le gusta y disfruta del dolor es claramente emocional, pero también
hay otra parte importante que es fisiológica: Las endorfinas y la adrenalina
liberadas durante una sesión son un coctel infernal. Algunas personas practican
el paracaidismo, se montan en la montaña rusa o ven películas de terror. Sin embargo,
ella prefiere los azotes y otras formas de dolor.
Nota
para ella: El paracaidismo está bastante más aceptado socialmente. Funciona para
superar el miedo a las alturas.
Supongo que, con el tiempo,
ella se volverá más cómoda usando el masoquismo como un identificador. Quizás,
con el tiempo, se convierta en la versión perversa de la lepra. Mientras esto ocurre,
ella estará feliz como soldado sobre un unicornio blanco como la nieve (los
caballos que han sido elegidos por conquistadores y merodeadores).
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