Cuando ella retornó a la posición de rodillas, su
energía pareció cambiar. La calma se apoderaba de él, pero su esencia radiaba
poder puro. Sus pezones se endurecieron y su vagina se abrumaba por la humedad
que solamente procedía de su rendición total. Él la ignoraba por completo y
ella se quedó un poco confusa. Permanecía quieta con las palmas de sus manos
sobre sus muslos. Sus ojos mirando hacia el suelo, y lo miraba fugazmente para
comprobar su naturaleza en general.
“Mantén tus ojos sobre mí, por favor,” la dijo, sin
siquiera levantar la vista del artículo que estaba leyendo. Ella permanecía en
silencio, pero hizo lo que le había mandado.
Haciendo una breve pausa, la dijo: “Está claro que
necesitas que te lo digan, que cuando te hable, respondas reconociendo que
recibiste mi palabra, y luego, “Señor” como tratamiento.”
Ella balbuceó un “Sí, Señor” y casi empezó a hablar
cuando, de repente, él interrumpió bruscamente sus palabras y dijo: “Solo
necesitas hablar cuando yo te hable, ¿lo entiendes?” y con esto, ella empezó a
comprender la gravedad de su nueva realidad.
Ahora, sabía que podía irse en cualquier momento, o
eso pensaba y no estaba segura, y no estaba segura de que estuviera
consiguiendo lo que ella quería, ni incluso, estaba segura de qué iba esto. Él
percibió su frustración y un tic suave se dibujó en la comisura de sus labios.
Parecía contento al comprobar que ella estaba prestando mucha atención y se
sentía incómoda e insegura.
“Por favor, sé una buena puta y tráeme un vaso de
whisky del bar. Con un cubito de hielo, por favor.” Aliviada de que finalmente se rompiera ese silencio
impenetrable, ella se levantó de inmediato.
“¡Puta! ¿Qué piensas que estás haciendo?”
“Señor, le voy a preparar una bebida.”
“Oh, no, no, no, zorra, de rodillas.” “Las sumisas
de servicio están en esta casa de rodillas. Además,” gritó, “yo me tomaría con
amabilidad revisar tu forma de arrastrarte hacia mi bar. Mi casa, mi culo,
¿entiendes?”
“Sí, señor,” ella dijo, preguntándose por qué había aceptado
esta fantasía tan tonta.
Y, sin previo aviso, él se puso a su lado mientras
estaba a cuatro patas. Cogió un puñado de su pelo. Era como si leyera su mente
y sintiera su disparidad y se acercara mucho a su rostro. “Estás aquí para
servirme.” Con eso, él palpó su coño con la otra mano. Dejó que su dedo se
deslizara por sus labios y con su humedad, le introdujo su dedo,
sorprendiéndola con un buen empuje a través de su cuerpo, y provocándole una
penetración molesta y placentera. Ella inclinó su cabeza hacia atrás, gimió y
se deleitó con su disfrute. Ella era como una masilla para él y éste lo sabía.
Iba a seguir sirviéndole mucho más.
Él la vió entregarse a su breve placer, cogió un
puñado de pelo más suave y tiró de su cabeza hacia atrás, para besar su cuello
y su hombro. “Ahora, mi pequeña ramera, cuando vuelvas con mi bebida, podrás
ponerte de pie.”
“Gracias, señor,” respondió.
“Ahora, de inmediato, de rodillas.”
“Sí, señor” y ella volvió a gatear, con su coño
goteando y dirigiéndose hacia el bar despacio, como una gatita, sabiéndose
totalmente húmeda, porque ella estaba allí.
¿La hora? 5:30.