A ella, le encantaba cómo la hierba
recién cortada de primavera olía por la mañana. Como si pudiera sentir el
verdor dentro de sus poros. Cómo esas hojas pequeñas de yerba le mordían los lados
de los dedos de sus pies, mientras andaba por su camino de destrucción. Se
recogía el pelo en unas coletas que fluían por su espalda, sujetas por
diminutas cintas rosadas.
El top de su bikini rosa apenas
cubría su modestia y la pequeña falda blanca volaba justo por debajo sus nalgas
desnudas. Sus labios, curvados alrededor del palillo de una piruleta blanca,
mientras sus dientes pastaban al duro caramelo. Decidida a tenerle, le estudió
todas sus costumbres. Le encontró bajo la sombra de un sauce enorme cerca de la
orilla del arroyo, junto a sus casas vecinas. Él estaba reclinado contra el
tronco de un árbol con sus vaqueros cubriéndole las piernas cruzadas en los
tobillos. Su sombrero de paja amarillenta se inclinaba ocultando su rostro,
excepto por su dura barbilla con una leve hendidura.
“Oh, baby, es mejor que cuides al
gran lobo malo que aparece por ahí.” Él levantó la mano y empujó el ala del
sombrero para colocarlo adecuadamente sobre su cabeza. Luego, cruzó sus brazos
sobre su pecho, mientras sus ojos hacían una lectura lenta del cuerpo de ella.
Desde sus uñas rosas hasta la parte superior de su cabeza. Su evaluación la
hizo sonrojarse y acurrucar los dedos de sus pies.
“¿Qué quieres decir?” Ella golpeó las
pestañas y empujó la piruleta hacia dentro y tiraba hacia fuera despacio entre sus
labios. La punta de su lengua girando coquetamente alrededor de la piruleta con
sabor a sandía. Ella le miraba, mientras él se movía y ajustaba la entrepierna
de sus vaqueros. Mantuvo los ojos sobre la boca de ella mientras la mirada de
ésta recorría la extension de su pecho cubierto de sudor.
“Te cojería por esas hermosas coletas
y te mostraría exactamente lo que quiero decir. Pero no creo que puedas
controlarlo, babygirl. Tengo cosas que hacer.”
Él apartó el gran marco de los árboles
y se puso de pie. Se elevó sobre ella. Proyectó su sombra sobre ella y besó su
pie haciéndola temblar. La excitación la atravesó. Ella quería algo más que sus
palabras. Quería acciones. Ella sacó la piruleta de su boca y giró el palo
entre sus dedos.
“Muéstrame lo que quieres decir. Muestramelo, por favor,” ella le dijo.
Antes de que la última palabra
saliera de sus labios, él había cogido una de sus trenzas. La envolvió
alrededor de su muñeca y luego la sujetó firmemente en su puño. La atrajo hacia
él, de tal manera, que sus pechos hinchados estaban apretados con el pecho de
él. Pasó suavemente el pulgar de su otra mano por el labio inferior de ella. Lo
introdujo en su boca e instintivamente, ella empezó a chuparlo.
“No tienes ni idea de lo que estás
pidiendo, pero voy a dártelo. Ponte de rodillas.”
Quitó el dedo de sus labios y empezó
a desabrocharse los pantalones. Cuando se deslizaron hasta sus muslos, él tiró
de su pelo hacia abajo guiándola hacia sus rodillas. Ella le miraba mientras su
mano cogía su otra coleta y la empujaba hacia adelante. Abrió su boca y empezó
a lamer su verga, como si fuera un trozo de caramelo. Su humedad natural,
mezclada con el sudor, tenían un sabor delicioso y prohibido para ella.
“Chica, abre tu boca y chupa.
Muéstrame lo que has aprendido con esas piruletas que tanto te gustan.” Ella
bajó su cabeza, cambiando el ángulo de su cuello para poder llevarlo
profundamente dentro de su boca. Su mano izquierda se clavó alrededor de la
base de su pene y su mano derecha descansaba perfectamente contra sus
testículos. Al jalarle más cerca, ella empezó a mover su boca, húmeda y
apretada, hacia adelante y hacia atrás a lo largo de su vástago. Su puño
moviéndose como un abrazo para encontrarse con la boca de ella con cada
embestida.
“Esto es suficiente. Levántate.” Él
la levantó tirando bruscamente de su pelo y la empujó con fuerza, de nuevo,
contra el árbol. Con habilidad, levantó su falda y gruñó intensamente. Sus
dedos arrancaron la minúscula tanga de encaje de su cuerpo. Entonces, ella
sintió la punta de sus dedos romos separar los labios húmedos de su vagina,
antes de conducir su verga profundamente dentro de ella. Ésta gritó por la
brusquedad de la penetración. Sus manos se movieron para formar un lazo bajo
sus piernas y las levantó para envolverlas alrededor de su cintura.
“¡Fólleme, por favor!” Ella se
retorció mientra la embestía. Cogiéndola casi con brutalidad. A través de sus
ojos embozados, observó como él levantaba su mano y empujaba su dedo medio en
el interior de su boca para que lo lamiera antes de sacarlo. Su mano
desapareció de la vista de ella y luego, sintió esa sonda larga de dígitos en
su otro agujero. Deslizándolos lentamente, mientras rugía contra su oreja por
lo zorra que era. Ella seguía gimiendo para que la penetrara. La había vuelto
incoherente y perdida en un aturdimiento de pura lujuria.
Jajajajaja
ResponderEliminarWOW. Me ha dejado sudando todita...
ResponderEliminarLas "niñas" traviesas no merecen menos
ResponderEliminarLas niñas perversas se lo saben ganar bien.
EliminarSaludos
Creo que ambos estaban esperando ese momento, podría decirse que desde hacía tiempo, no?
ResponderEliminarBuena historia de un lobo feroz y una caperuza muy libertina.
Un saludo