“¿Recuerdas?” le preguntó tirando de ella hacia él con tanta fuerza que
pudo sentir su aliento en su piel, mientras hablaba. “¿Recuerdas ese momento,
cuando estabas jadeante, incapaz de moverte, saciada y al borde de la ruptura?
Pues, lo quiero otra vez.”
Ella hizo una mueca. Por supuesto, que se acordaba. Recordaba ese dolor y
el escrito. Recordaba las sensaciones rodando sobre ella, como el agua, hasta
que se quedó sin aliento, envuelta en sus brazos, mientras él besaba su frente
y aliviaba su piel devastada. Tiró de ella hacia él, después de haber captado
una visión vacilante en sus ojos. Su corazón latía con el estribillo de su
deseo. “¿Quieres esto de nuevo? ¿Lo quieres otra vez?” Le preguntaba.
Ella nunca
había fingido un orgasmo en su vida. No creía en ello. Creía en el poder del
placer y en su derecho a ser complacida. Pero, esto no quería decir que cada
orgasmo fuera de la misma intensidad. La mayoría de sus orgasmos eran como
quemaduras controladas que se ensanchan brillantes, se agrandan rápidamente y,
con facilidad, se repiten. Tenía un cuerpo hecho para recibir sensaciones:
cosquillas, latigazos, besos y azotes. Su piel se volvía rosa fácilmente, como
si su propia sangre estuviera respondiendo a los amantes del tacto. Su
sensibilidad significaba que era bastante fácil hacer que orgasmara. El truco
no estaba en llevarla hasta el punto del orgasmo. Cualquier hombre, con el que
ella tuviera una sesión casual, podría lograr eso. El secreto estaba en
presionarla hasta el mismo borde de su límite, llevándola a ese lugar, donde la
noche se ahoga, que tanto recordaba. La ruta de acceso a ese lugar residía en
el arte de la dominación.
Liar su
pelo en su puño. Tenerlo apretado. Tirar con fuerza. Asegurándola de su
pertenencia a Él, su Dominante, y solo a Éste. Tirar de ella hacia Él para que
su espalda se presione contra su pecho y ella pueda sentir su aliento, y
dientes en la nuca. Envolver su mano libre alrededor de su garganta y
susurrarle. Decirle todo lo que quiere de ella. Todo lo que es para Él. Todo lo
que su Dominante le hará. Hay muchas veces, cuando ella es su igual, su pareja
y su amiga. Esta no es una de esas veces. Ahora, en este momento, ella está
para su uso, para su placer y el hambre de su Dominante. Hace que se sienta
pequeña, hace que se sienta protegida. Hace que ella se sienta siempre
levemente con miedo. La empuja hacia abajo con la cara sobre la almohada, sus
nalgas hacia arriba, al aire. Dejándola sentir el peso de su cuerpo a medida
que Él la doblega, y consume. No permite que ella libere su pelo. Sin dejar de
apretar su garganta, ella le suplica: “Poséame, reclámeme y devásteme.
Él sabe el
ruido que ella hace cuando es penetrada, mitad jadeo, mitad sollozo. Obliga que
el sonido de su garganta se tense, mientras Él se desliza dentro de ella. ¿Y
luego…?
“No se
detenga, lléneme con sus dedos, juguetes, polla y lengua. Hasta que cada parte
de mi cuerpo haya sido marcada como su territorio. Fuerce los orgasmos de mi
cuerpo, espumosos, sostenibles, orgasmos de fuegos artificiales, que vienen y
van como estrellas fugaces, cuando usted me coge. Son soportables, de la misma
manera que su cinturón es soportable. Son placeres controlados que me dejan
saciada y feliz, pero usted quiere romperme. Mi quebranto reside en su dominio
total, mi entrega a su control absoluto sobre mi cuerpo y las ataduras de
confianza y afecto que se envuelven alrededor de mi corazón. Soy suya, Señor.
Soy suya. Cójame, oblígueme más allá del punto, donde el placer se hace dolor,
y lánceme sobre el acantilado, y en el abismo profundo de sus labios sobre los
míos. No voy a saltar. Instintivamente, retrocederé en el borde y disfrutaré de
los orgasmos de la sesión y la pasión. Pero, usted quiere más. Y así, debe
cogerme por la fuerza. Soy suya para clamar, suya para jugar. Suya para
ahogarme…,” le rogaba ella con lágrimas en los ojos.
Me ha dejado sin palabras, sin aliento... tara
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