Ella siempre
habría dado algo por tener sus dedos en su boca, sólo uno, o mejor, dos. Mover
las puntas de ellos o trazar su longitud con su lengua. Moverlos por los
alrededores de la boca de ella, chuparlos juntos. Luego, pasar su lengua entre
ellos para separarlos. Un poco de presión, con ellos entre sus dientes. En realidad,
es tal como le dijo ella la primera vez que estuvo interesada hace mucho, mucho
tiempo. Habían pasado días flirteando y bailando, admitiendo realmente algún
interés, pero cuando la señaló con su dedo, a centimetros de su cara, ella no
pudo resistirse, tuvo que llevárselo a la boca.
Esta vez no
fue diferente, estaban sentados en el sofá con un niño entre ellos, tenía su
brazo en alto, detrás del niño y su mano descansando en el hombro de ella,
justo al lado de su cara. En realidad, no podía tener sus dedos cerca de su
boca, y no. Pero esta vez, se dejó llevar, la presión suave entre sus dientes
lo sintió bastante mejor. Lo sintió cada vez mejor, más, hasta que ella lo
mordió con mucha fuerza. Él apartó la mano y la fulminó con su mirada. Ella no
sabía qué esperar, pero supo que no le gustó esa mirada.
Más tarde,
después de acostar al niño, estuvieron de nuevo en el sofá, y ella se acercó. Él
empezó a pasar su dedo por el cuello de ella, su mandíbula, su mejilla, muy,
muy suavemente. Ella se giró hacia el trazado, pero su mano se retiraba, sólo
para regresar una vez que ella se relajaba. Una vez más, sus dedos dibujaban su
mejilla, luego, justo debajo de su labio, apenas rozándolo, pero, inmediatamente
lo retiraba si ella giraba su cabeza o se acercaba a su boca. Le dijo que lo
entendía, comprendía el mensaje, pero él no estaba interesado en que ella
hablara. Sencillamente, él siguió, pero, por cierto, ella pudo expresar su
punto de vista.
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