En sí
misma, ella era un enigma. En un estado de profunda agitación interna y cambio,
las sombras de sus pensamientos confusos, que ella llevaba como perfume,
encapsulaban cada pensamiento de confusión hurgando en su mente. Simplemente,
ella era intoxicante porque era fácil perderse en su vórtice de palabras porno,
así como en su encanto mortal de cuentos engañosos.
Nuestra
comunicación no era la de una personalidad dominante danzando con una mocosa de
golf. Era más compleja que eso. Eran dos artífices de la palabra retandose,
tratando de obviar a la otra parte en un juego de damas. Sí, de damas, y no de
ajedrez, porque ella quería jugar, pero tambien quería, a veces, perder y
sufrir por ello.
Estaba
claro, ella no estaba impresionada por mí. Ella no coqueteaba, era más como una
tentadora fría, sabiendo qué botones apretar, para incordiar a mis deseos.
Jolínes, yo quería domar a esta elusiva mocosa más que cualquier deseo en
particular que actualmente tuviera. Yo no la quería someter, así pues, podría usar
su carne deliciosa para mis sádicos deseos, sino más bien, lo que yo quería
era hacer lo imposible. Quería tener un momento tan rico en honestidad, que
cuando ella estuviera arrodillada y nuestras miradas colisionaran, me
viera alcanzar su alma y así, yo poseería su verdad. En ese momento de estar completamente expuesta por lo
que ella es, amablemente acariciaría su alma, la besaría y le susurraría: “Te
conozco, te veo y sí, eres hermosa.” Esa perra malcriada sería conocida por ser
quien ella realmente era, sin la cortina de la lengua plateada de ilusiones y
cuentos fantásticos para esconderse detrás.
Si usted le
decía que era hermosa, ella se burlaba y decía que no había tenido mano en la
creación de lo que usted veía. Si le decía que era lista, se reía y
menospreciaba el cumplido, diciendo que su inteligencia no era más significante
que el color arbitrario de sus ojos, simplemente algo que heredó y no creó, por
lo tanto, ¿por qué debería ser alabada por ellos? Bueno, cuando yo derribe sus
paredes, cuando sea forzada a revelarse a sí misma ante mí, voy a exponer su
cuerpo y azotarla con bondad y admiración. Ella será poseída con un aviso al
notificarle la importancia del momento.
A pesar de
que tenía poco interés en verme, fui capaz de conseguir que viniera a
Sevilla, porque había masturbado su diccionario y se sentía inspirada, anhelaba
la palabra porno que le estaba ofreciendo. Pero, yo tenía algo más planificado
para esta tentadora del dictado.
Ella llegó
y después de registrarse en su hotel, la acompañé de visita por la ciudad. Un
día de sabor vainilla catando vinos, viajes en coches de caballos observando a
los patos jugar en la Plaza de España y una cena consistente en sabrosas
cervezas y deliciosas tapas mezcladas en el vórtice de sus palabras.
Terminamos
en su hotel de la Plaza Nueva con vistas a la ciudad que, previamente había
reservado para ella. Daba por hecho de que yo no iba a pasar la noche, pero
después de dos bebidas en el bar del hotel, me preguntó si me gustaría subir a
su habitación. Lo dijo con una sinceridad tan amable que nunca antes había
estado presente.
Cuando
llegamos a su habitación, se puso agresiva, presionándome contra la puerta,
mientras yo la cerraba, apretando sus labios contra los míos, como si quisiera
succionarme el alma.
La agarré
por el cuello y le pregunté qué coño estaba pensando hacer. Me dijo que se
sentía muy excitada, inteligente y que al estar expuesta a esa combinación
durante todo el día, le había dejado un deseo muy profundo y que ella quería
apagarlo. Me rogó que la follara con mis palabras.
En cambio,
la llevé al borde de la cama y la besé en la frente. Le dije que no sería
follada, azotada ni cogida. Que se iba a sentar a mi lado y que íbamos a
hablar.
Eso es lo
que hicimos aquella noche. Durante muchas horas, intercambiando pensamientos,
risas, vulnerabilidades y todos los otros dispositivos de los juegos de palabras
que pudimos conjurar. A veces, la abrazaba, y ella se reía por lo demás.
En el
momento en que la conversación se estaba desvaneciendo y la noche avanzaba hacia
su fin, le cogí la mano para levantarla de la cama, la puse de pie y la miré a
los ojos. Ella estaba feliz, expuesta y conocida.
Me apoyé en
su oído y le susurré: “No siempre tienes que esconderte, eres hermosa cuando
estás fuera.” Le cogí su mano y la besé, besando a su alma en el proceso. Me
abrazó muy fuerte y besó mi mejilla, entonces, nos dirigimos hacia la puerta.
Ella sonrió, yo sonreí y nos separamos por la noche.
Yo había
decidido, cuando estuve todo el día con ella, que no era un avatar o el
pensamiento de una persona, sino alguien real a quien yo debería tratarla como
tal. Por otra parte, ella no era una mocosa que necesitara ser domada y poseída,
al menos, no por mí aquella noche. Ella era una mujer joven muy bella y yo sólo
quería escuchar sus palabras en mis oídos.
Puede que
la hubiera conquistado, pero conseguí lo que yo quería, saber quién era ella en
realidad y fue mucho mejor tener esa rara visión de una persona tan
impresionante.
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