“Ahora,
mascota, ahora.”
Y
así lo hizo. Abrió su boca a él. Para él. Por culpa de él.
Ella
no podía tomarla toda. No me refiero a su pene, aunque aceptar eso tampoco era
una lucha pequeña. Quiero decir que, apenas podía creer las circunstancias en
las que se encontraba.
Ahí.
Finalmente, con él. Arrodillada a sus pies.
Por
ahora, sus manos estaban firmes a ambos lados de su cuerpo. Haciéndola saber
que era él quien proporcionaba el momento, las palabras y el estímulo.
Ella
pensaba que el acto de someterse, era solamente de ella. Esta vez no se lo
arrebataría. Era de ella para darlo, y era para que sufriera su propia
degradación. Aunque ninguno de los dos lo verbalizaba, ambos sabían que este
paso inicial, era el más necesario.
Y
así, más que de buen agrado, con avidez y hambre, y casi infantilmente, ella
abrió la boca para recibir su verga. Para que sintiera su sitio, en ese primer
agujero de ella. Para reconocer su lugar como sumisa. Para aceptar su rol como
puta de follar. Para mostrar su entrega y lealtad, y para demostrar que era su
puta obediente desde este momento en adelante.
Ella
miró hacia arriba, la boca llena con la verga hinchada y sus ojos buscando
seguridad en los suyos, y la encontró.
Él
levantó una mano y la colocó con suavidad en la parte trasera de la cabeza de
ella.
“Buena
chica, Ahora eres mía.”
Y
su puta interior abrió su garganta y sintió que sus ojos empezaban a lagrimear,
mientras esa mano en su cabeza asumía su autoridad, enredando los dedos en sus
cabellos y empujando hacia abajo.
“Oh,
yo era suya. Y él lo sabía,” ella pensaba.
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