Su voz era vibrante,
como si ella estuviera a punto de perderle por completo. Prácticamente, pidiendo
sin llegar a la mendicidad. Decía que necesitaba ahogar el ruido para abrazar
esa sensación de adormecimiento, que me necesitaba para azotarla. Lo más
importante, que me necesitaba.
Más que una
necesidad, era el deseo que ardía dentro de ella. Su piel estaba literalmente
herida por la intensidad de su hambre. Ella quería perderse en mi picor, que
fuera su dueño. Darle órdenes le cubrían la tensión que había estado
hirviendo. Sería calmarla. Mi mano, apretando su cuello, no para eliminar su
capacidad para respirar con normalidad, sino para sacarla de cualquier
pensamiento, excepto del presente.
Su necesidad de ser
herida y manejada era primaria y pura. Ella no quería que siempre le hicieran
daño, pero, justo ahora, era necesario. Al igual que quería servirme, mi dominación
también la serviría. Sería como un lugar a dónde pudiera escapar mentalmente.
Dónde ella estuviera segura y salva. Con cada marca amoratada y cada golpe con
mi cinturón, sería llevada a un lugar mucho más profundo dentro de su alma,
donde nada ni nadie podía tocarla.
En ese momento, en
la ira de mi intensidad, ella era libre. Libre de los problemas y la ansiedad
que la habían estado persiguiendo como un fantasma. Libre de la tentación de
hacerse daño por sí misma, libre de sentir que ella está sola y es querida. En
ese momento, ella es libre de dejarse llevar, para abrazar su fuerza interior y
encontrarse con la sanación de su dolor. Pero, este era un dolor que ella
quería, un dolor que anhelaba y necesitaba, este era un dolor para hacer que
los otros dolores, se marchitaran.
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