martes, 18 de abril de 2017

El odio maldito

“Te odio,” gritó ella. Había veneno en sus ojos verdes, fácilmente convocados por tesoros de experiencia. Sus palabras eran dientes, su significado, el mordisco. Y pinchaban. “No sé por qué me molesto.”

Él atravesó las sombras de la mañana, cegadas por la luz del sol, y estaba sobre ella. Primero, fue el cinturón alrededor de su cuello. Luego, la falda subida sobre su trasero. Su cuerpo presionado contra la pared, mientras su cilindro era introducido desde atrás. Ella se balanceaba con sus manos, evitando el daño, pero el cinturón le recordaba las limitaciones que él le imponía. El empuje de su pene era como una mano maníaca dentro de una marioneta rota. Él rastrilleaba su cuerpo arriba y abajo de la pared, la textura de estalactita clavándose en su carne, mientras, ella gritaba los recuerdos y lloraba de placer.

“También te quiero,” gruñó él, agarrando un puñado de pelo y empujando su mejilla  contra la pared. La empujó, la sacudió y la penetraba, como si su cuerpo tuviera una deuda olvidada. Cada movimiento la alejaba más y la introducía en nuevas profundidades. Ella le negó su orgasmo hasta que su retórica física no le permitiera más argumentos.

Ella maldecía su nombre tras cada erupción muscular, pronto silenciada, cuando su semen salpicó y apagó las brasas restantes.

Entonces, él la mantuvo en su sitio, besándola de nuevo, respirando con ella, la paz del éxtasis lavando temporalmente los fantasmas de pasados persistentes.

Hace tiempo, habían aprendido a amarse a través del odio.

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