sábado, 22 de abril de 2017

No es masoquista, ni tampoco feminista

De acuerdo. Ha mentido. Es masoquista y es una feminista.

Las etiquetas son duras. A ella, como a muchas mujeres, no le ha importado llevar la etiqueta feminista, aunque muchas personas inteligentes que conozco (hombres y mujeres) evitan definirse feministas, porque no les gustan parte del bagaje social que acompaña al término.

Advertencia histórica: Desde el principio de los años 1900 en adelante, las feministas han rechazado ser llamadas feministas, debido al equipaje que acompaña a la definición. Tengo una amiga que, a pesar de que abraza la palabra feminista, me ha dicho que no es masoquista, o no una buena feminista, porque le encanta cuando los hombres le abren las puertas, le ponen la mano en su espalda baja para escoltarla por la calle, o por la habitación. En los restaurantes, le preguntan lo que quiere pedir y se lo retransmiten el maitre por ella, y le llevan sus maletas. “Por lo tanto, Ben Alí, puedo decir a tales personas negativas, que se vayan a tomar viento y que ser feminista, no significa que no pueda disfrutar de esas cosas.”

Notal del manual de usuario: El poner su mano en la espalda baja de una sumisa, hace que la llama de sumisa se agite.”

Sin embargo, la etiqueta con la que lucha esta amiga es la de masoquista.

Las sumisas, como una especie vulnerable y protegida dentro del reino de la perversión, tienen un lugar preciado. Son las criaturas adorables de Tumblr, sin las cuales, los dominantes dejarían de rugir solos en la noche oscura y vacía, y las sumisas son alabadas y aclamadas.

Sin embargo, el masoquismo no tiene un lugar tan preciado.

La sumisión es sobre el poder. El masoquismo es sobre el dolor. Si bien, es culturalmente aceptable para ella llevar su sumisión con orgullo (sobretodo, como una hembra heterosexual, renunciar al poder de un nombre no cuestiona las suposiciones culturales), el uso de su masoquismo es una cuestión totalmente diferente. Las culturas occidentales no celebran el dolor. El dolor es una experiencia que hay que evitar, no abrazar. Así pues, mientras que la sumisión es honrada y respetada, el masoquismo es un peligro atípico.

El sadismo, la otra mitad del masoquismo, a menudo tampoco es bien comprendido (incluso, en el reino de la perversión), pero es más aceptable. Es la venerada posición del liderazgo. Aunque se quiera infligir dolor, pudiera ser jodido. El querer recibir dolor es realmente jodido (un sarcasmo). Ejemplo de ello: el Marqués de Sade, la persona de quien procede el término sadismo, es bien conocido y rememorado en las películas populares. Leo von Sacher Masoch, la persona de quien procede el término masoquismo, está en relativa oscuridad. Tal vez, porque como hombre sumiso que disfrutaba del dolor y la humillación, no es el tipo de hombre que la historia recuerde (la historia prefiere conquistar a caballo y espada, o similares).
                                                                                                                       
Me comentó que en una conferencia reciente a la que había asistido en Barcelona sobre la D/s, se encontró con un dominante masculino hablando de pensamientos e ideas sobre las que había tratado la disertación. Cuando ella le mencionó la importancia de las cuerdas en las sesiones sadomasoquistas, una expresión de angustia apareció en el rostro de él.

“¡Oh, no!” dijo él, “no para mí,” dando unos pasos hacia atrás. Como si el masoquismo le estuviera atrapando, como si fuera una enfermedad infecciosa desfigurante que lo dejaría hambriento y solo fuera de las murallas de la ciudad.

Por estas razones, debo afirmar que el masoquismo ha sido muy duro para ella y, por lo general, para todas personas que se sienten así. Muchas veces, ha discutido abiertamente conmigo de que no era masoquista. Cuando la última vez que hablamos, me insistió sobre ello, le sonreí de una manera dominante e irritante. La expresión de su rostro me transmitía el querer lanzarme algo contundente a la cabeza. Yo era más que irritante, correcto. Al final, reconoció que ella era masoquista.

Le duele el dolor. Es una de las razones por las que, en su juventud, le atraían tanto las artes marciales, aunque no se diera cuenta de ello en aquellos momentos. El entrenamiento de la lucha en las artes marciales es físico y, por lo tanto, emocionalmente exigente. Para ella, permanecer centrada y enfocada en medio de las rondas de castigo, requería equilibrio emocional. La toxicidad emocional del día retrocedía, dejando espacio para el enfoque activo y fluido, el cual necesitaba que estuviera presente en su cuerpo.

Como era de esperar, cuando empezó a participar en sesiones de azotes y ataduras vigorosas (y las estrategias de afrontamiento que desarrolló), construyeron una base para aventuras masoquistas de la D/s y del sadomasoquismo. Es consciente de que no todo el mundo experimenta el juego físico de esta manera, pero para ella, la física extrema la emociona. Ésta y ella están entrelazadas.

Hay algo sobre la simbiosis visceral de una interacción sadomasoquista que le atrae. Dos personas unidas en un momento dado, aparentemente, violando todas las reglas sociales y los límites sensibles. Esto no tiene sentido intelectual o relacionalmente. Pero, a ella, le encanta. Le trae la intimidad y conexión tan profundas que, para ella, no pueden ser replicadas de otra manera. No está segura de por qué alguien que le preocupa, quiera hacerle daño. Esto hace que se derrita interiormente, pero lo consigue. Y, ¿por qué otra persona quiere hacerle daño? Porque disfruta de las expresiones ruidosas que ella emite cuando le duele y de los senderos o marcas rojas, púrpuras y amarillentas que deja en su cuerpo. Precisamente, por eso, ella quiere que le haga daño. Puede que ésta no sea la idea de todo el mundo, es decir, una racha agradable para la gente, pero junto con “mi mujer buena,” “sí, tú puedes” y “mira a esa señora tonta y tímida,” se ha convertido en parte de su perversión masoquista.

Su afinidad por el dolor es complicada. No está segura de dónde viene. El dolor no está directamente conectado con la forma que experimenta el placer, aunque encuentra algunos tipos de azotes y sensaciones en las sesiones intensamente eróticos. Una gran parte del por qué le gusta y disfruta del dolor es claramente emocional, pero también hay otra parte importante que es fisiológica: Las endorfinas y la adrenalina liberadas durante una sesión son un coctel infernal. Algunas personas practican el paracaidismo, se montan en la montaña rusa o ven películas de terror. Sin embargo, ella prefiere los azotes y otras formas de dolor.

Nota para ella: El paracaidismo está bastante más aceptado socialmente. Funciona para superar el miedo a las alturas.

Supongo que, con el tiempo, ella se volverá más cómoda usando el masoquismo como un identificador. Quizás, con el tiempo, se convierta en la versión perversa de la lepra. Mientras esto ocurre, ella estará feliz como soldado sobre un unicornio blanco como la nieve (los caballos que han sido elegidos por conquistadores y merodeadores).

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