Por favor, Señor.
Venga aquí y cójame. Con besos derramados, calentada y una sed inquebrantable. Para cubrirme con
pasión, deslizándonos el uno contra el otro, como animales en celo. Piel
caliente y sudorosa, con tono de fiebre.
Venga y cójame.
Penétreme con precisión maestra, como la pasión que he leído, con la
imaginación en llamas, pues no hay tiempo suficiente para llevarme a todos los lugares
sabrosos de su mente.
Venga y cójame, Señor.
Como una niña en una tienda de dulces, no sabe qué quiere más: Chocolate sedoso
o suntuoso chicle de cerezas.
Para azotarme o
acariciarme. Asfixiarme o canearme, amordazarme o hacerme llorar. Hacerme rogar
o producirme dolor. Mi garganta, abierta de par en par, aún más.
Señor, esas son
lágrimas buenas, que me gané una a una. No se sienta mal. Deléitese en su
gloria. Rogué, ronroneé. Le seduje. Cogió mi regalo, hasta agarrarlo como suyo,
y está libre para la siguiente toma.
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