sábado, 30 de mayo de 2020

¿Por qué me gusta ser azotada?

Una pregunta tópica muy recurrente. Hace unos años, azotaba periódicamente a una sumisa casada, con la que había forjado una excelente relación. Después de una intensa sesión de azotes, le hice la pregunta: “¿Por qué te gusta ser azotada?” A ella, le sorprendió la pregunta, pero no me la contestó de inmediato. La vida nos separó y me olvidé de la respuesta. Al cabo de unos años, recién iniciado este blog, recibí su respuesta. Nunca pensé publicarla.

Hoy, rebuscando entre mis escritos, encontré su respuesta, que tituló: “¿Por qué me gustaba que usted me azotara?” Al cabo de unos años, he decidido publicarlo. Hablaré del pecado, pero jamás del pecador. Esto escribió:

“De las parejas que he tenido, sólo usted me pidió que le escribiera sobre ese deseo oculto y compartido con usted. Curiosamente, la contesté cuatro meses después de terminar nuestra relación, porque quería responderla desde una cierta perspectiva.

Intuyo que muchas personas habrán escrito respuestas a algo tan específico y tópico. Y también, gracias a Dios, no era una de esas personas para quien ser azotada jugara un papel central en su vida, personalmente conflictiva en su imaginación durante el tiempo que puedo recordar. Nunca imaginé que iba a ser azotada. Cuando era niña, cuando la realidad se avecinaba, no era algo que deseara. Pero, como adulta, muchos años después, leer lo que otras personas escribían me llamaba la atención.

Lo que otras personas escriben tan elocuentemente, responde mucho al por qué me gusta ser azotada. Tal vez, sea el poder de la sugestión, un condicionamiento operante o, tal vez, sea una configuración común del cableado humano. Pero, sí, muchos de los temas comunes me humedecen y excitan, llaman mi atención, despejan mi mente, me hacen sumisa, me recuerdan quién tiene el control, me ponen en mi sitio, me centran, me calman y me degradan. En un nivel incomprensible, me gusta el dolor y, en un nivel completamente transparente, me gusta que centren la atención en mí. Todo esto es cierto, algunas cosas en diferentes grados y contextos y con diferentes tipos de azotes. Usted sabía todo esto, porque me conocía muy bien – y supongo que lo sigue sabiendo – y lo usaba a su favor. Lo cual era una ventaja para mí y era una ventaja para nuestra relación y encuentros.

Sin embargo, la mayoría de todas esas ventajas son efectos, ¿no? ¿Por qué? ¿Por qué me gusta estar mojada y excitada? ¿Por qué me gustaba que mi atención se centrara en usted y mi mente se aclarase? ¿Por qué quiero que me sometan, degraden, me calmen y centren? ¿Por qué me gusta el dolor o su atención?

Bueno, algunas cosas parecen evidentes – estar mojada y excitada es bueno – especialmente si usted iba a aprovecharse de ellas o de mí. Y si no, - bueno – usted me gustaba de esa manera y me gustaba ser capaz de ser eso para usted y me gusta que le gustara. La anticipación es divertida también – para mí y también verle con la anticipación de lo que quiere – todo esto era y es bueno, ¿no?

Ser azotada centraba mi atención en usted, pero no siempre del todo y, casi siempre, aclaraba mi mente. Pero, no siempre. Algunos azotes no eran lo suficientemente intensos para ello y, desafortunadamente, la intensidad necesaria no parecía aumentar a medida que avanzábamos en el tiempo. Esto me preocupaba porque creo que usted encontraba esa herramienta y ese propósito útiles Me gustaba cuando usted despejaba mi mente porque era un alivio, inclusive, siendo temporal. Y me permitía centrarme en usted y ser lo que usted quería sin que interfirieran mis propias voces y mi autoconciencia.

Esto viene a cuento de por qué y cómo, esto me hacía y hace sumisa. A veces, conscientemente y, a veces, muy involuntaria e inconscientemente, luchaba contra usted. Que usted me azotara hasta el punto de que mi mente se despejara, me llevaba a entregarme y abrirme mucho más a usted física, metafórica y metafísicamente. En una palabra, a que usted me eligiera. La degradación y la humillación son partes de este juego y que usted me causara dolor, dolor real, claro. Todo me ponía en mi lugar, y a usted, en el suyo. En última instancia, le quería y quería su control, quería estar en ese lugar de rendición ante usted. ¿Por qué quería eso y por qué lo quiero de esa manera? En realidad, no lo entiendo, incluída esa cosa con el dolor…

Sin embargo, todo esto encajaba con nuestras interacciones y nos unían. Demasiadas cosas en la vida nos distraen y nos separan y las tenemos en nuestras cabezas y en nuestros propios mundos. Esto nos centraba al uno en el otro, y viceversa, de una manera que sólo Dios sabe qué razón está de acuerdo con los dos. Hay millones de formas en que las personas interactúan y se unen. Usted me azotaba en todos sus contextos y sabores, me acercaba mucho más a usted, que era lo que yo quería y es lo que sigo y quiero todavía.”

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