viernes, 19 de febrero de 2021

¡Azóteme!

¡Azóteme…! ¡Adelante, hágalo! Me encanta que me azoten. Es el ruido, esa sonoridad, ese “aplauso,” cuando su mano se conecta con mi carne y, el hecho de que sea su mano, no es una fusta o un cinturón, sino su mano sobre mi trasero, mi cuerpo. Ese azote me deja húmeda, palpitante y necesitando ser llenada. Me encanta sentirlo, quiero sentirlo, necesito sentirlo, tanto como a usted le gusta azotarme. Quiero hacerlo y necesito hacerlo. Ella le rogaba.

 

Su mano, en la parte trasera de su cuello, la presiona hacia abajo, sobre las rodillas de él. Su agarre, firme y controlador. Su otra mano, recorriendo la parte trasera de sus piernas e introduciéndose por el interior de su falda. Durante un momento, él masajea cada nalga, por turno. Agarrando puñados de su carne, apretando, frotando y amasándola. Ella gime, a la vez que él levanta su falda, exponiéndola, e instintivamente, ella se prepara para lo que supone vendrá después. Pero, para su sorpresa, él continúa frotando, apretando y amasando su trasero desnudo.


Gradualmente, ella empieza a relajarse y a disfrutar de la sensación de sus manos cálidas y firmes sobre ella. Sus ojos se cierran, y cuando sus dedos rozan los labios de su vagina, ella gime, casi en silencio. Justo en ese momento, ella está perdida, la acaricia sobre su carne, amorosa, tierna e íntima. Le lleva un momento darse cuenta de que él se ha detenido, que su mano se ha ido, que sus nalgas yacen desnudas una vez más, sin ropa y sin mano. Un escalofrío recorre su espina dorsal y se muerde el labio y contiene la respiración, mientras ella espera…

 

¡Azóteme…!

 

“¡Ohhhhh, por favor!” Ella grita, y él hace una pausa.

“¿Si, puta?” Él pregunta.

Ella no responde, bueno, con palabras. Gime y se mueve en su regazo y él se ríe y, de nuevo, baja su mano, una última y firme palmada en su piel picante que ya arde. Su trasero ahora está brillante, ardiendo, escociendo, magullado y tan, tan sensible, que sólo la caricia suave de su mano, como una pluma, la hace gemir y palpitar bajo su tacto. La mano que la castiga y le da placer, que la enseña y la corrige, que la ama y la cuida, la mano que quiere, esa mano que la posee.

 

¿Zorra?

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