“Si sigues así, tendré que coger mi cinturón,” le dije a ella.
Palabras
que, con toda seguridad, llamaron su atención. No sólo porque el cinturón sea
algo de lo que hay que tener cuidado, sino porque golpea su perversión de una
manera muy poderosa.
Hay
algo muy autoritario en el acto de usar un cinturón para azotar a una sumisa.
Desabrocharlo y deslizarlo alrededor de la cintura. La mirada del dominante
sobre la sumisa no dice nada, tampoco es necesario, puesto que sus intenciones
son claras. Las acciones hablan más que las palabras y este simple acto le
grita a su naturaleza sumisa de la misma manera que el lobo le aúlla a la luna,
haciendo que los pelos de su nuca se pongan de punta, su corazón se acelere y
su vagina responda con una traidora demostración de lujuria.
Hay
algo tan inmediato en el cinturón que, se siente mucho más como una extensión
del dominante, de lo que lo hace un azotador o un látigo. Sí, se compran por
amor con un trabajo en la mente, pero él no los usa, no tienen otro papel en su
vida, no tienen una intimidad con él más allá del uso previsto. A diferencia
del cinturón, el látigo o la fusta deben buscarse siempre en el mueble donde
descansan. Sin embargo, el cinturón va siempre con el dominante. Sin importar
dónde esté, siempre está a mano.
El
cinturón es brutal, implacable, conoce bien su trabajo, ambos, y se ve como en
casa, apretado en su puño o tal como lo está alrededor de su cintura. El cuero
negro deja a su paso un rastro de verdugones al rojo vivo, quemando despiadadamente
su huella en la piel de la sumisa y directamente, en otros puntos para ella,
que son las marcas. Los moretones y las ronchas que persisten durante días o,
incluso semanas, alimentan esa perversión de una manera tan poderosamente
básica, que las sumisas los desearán cuando no los tengan.
Como
una herramienta de impacto, el cinturón es rudo y duro, no se trata de una
sesión larga de juego, pues al aumentar lentamente la intensidad, le permiten a
la sumisa derrapar y revolcarse en ese lugar oscuro, donde el dolor y el placer
se fusionan en algo más. El cinturón es inmediato, rápido y severo. Se trata de
poder y fuerza y de que lo utilicen en contra de la sumisa y, como tal, es una
parte deliciosamente cálida de la cruda intensidad desnuda de la dinámica de
una relación D/s. Por lo general, a las sumisas, no les gustan el cinturón como
juguete de impacto, pero aman con pasión lo que esa tira de cuero representa.
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