“Levántate la falda.”
“¿Qué? ¿Aquí? Pero, ¿y el recepcionista?”
“¿Qué pasa con él?” Le pregunta a ella.
“Unnnnm, bueno, no llevo ropa interior…”
Pero, la respuesta de ella se corta cuando Él le echa esa mirada y le dice:
“Súbete ahora mismo la falda, o te pondré sobre mis rodillas, y te azotaré para que todo el mundo te vea y luego, termines levantándote la falda para mí.”
Los ojos de ella se fijan en los de Él,
buscándolos, tratando de ver su mirada y comprobar, si realmente lo dice en
serio. Ella juguetea con el dobladillo de su vestido, esperando ver esa sonrisa
descarada que le diga que está bromeando. Todo lo que ella ve, es esa mirada, mirada
que le envía un escalofrío por su columna y una ráfaga de humedad entre sus
muslos. Y como, si ella tuviera alguna duda sobre si lo dice en serio o no, Él
le gruñe:
“Levanta… levanta… tu falda… ¡Ahora!”
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