domingo, 29 de enero de 2017

La dominación: Su droga

El intercambio de poder obliga a una sumisa de una manera que es totalmente ajena al resto de sus experiencias. Los implementos y juguetes, látigos y sadismo la dejan, fría si no hay un intercambio de poder que conduzca a su uso. No es una sensación, ni dolor ni esclavitud lo que la hace sentir. Es el poder de su Dominante.

La BDSM clásica no les va mucho a algunas sumisas, porque no tienen ni una pizca de respeto por el sadomasoquismo ni las ataduras, si no es con dominación y sumisión. ¿Cuál es el intercambio de poder que las obliga? Intentar resolver ese rompecabezas durante algún tiempo, no siempre lleva a encontrar una respuesta.

Una vez, conocí a una sumisa que era feminista accidentalmente. Era fuerte y muy auto suficiente para vivir feliz como persona soltera durante el resto de su vida. Recuerdo que me dijo: “No necesito a un hombre, pero dáme a alguien que sepa usar su poder y necesite convertirse en mi forma de vida.”

Resulta que, conoció a un hombre que tenía el suficiente intelecto para tratarla como una marioneta, sin que ella fuera consciente de lo que él estaba haciendo. La manipuló de tal manera que, ella ni se dio cuenta de que había estado tirando de sus cuerdas justo hasta antes de su gran final. Cuando ella vio su genio puro, ya estaba preparada para dejar un centenar de límites. La mente era la puerta. Era la única puerta que existía para su sumisión.

Ningún trabajo de cuerdas o ataduras de fantasía la ganarían nunca, porque si no necesitas cuerdas o restricciones para doblegar su voluntad, cuando las uses, ganarán sentido. Se convertirán en canales de dominación.

“¿Y la dominación?” le pregunté.

“Esa es la mejor droga en esta tierra. Puedo viajar sobre ella durante meses,” me contestó.

“¿Cómo tiene que ser ese intercambio de poder para que te obligue? ¿Es tu atracción por el saber, la inteligencia y la imaginación de un dominante?” Insistí preguntando.

“No. Un hombre tiene que interpretar a una mujer como un instrumento, que pueda elevarla sobre una nota y dejarla caer tan rápidamente como usa su mente, de la misma manera que otros usan sus manos. Mi cerebro es la parte más sensible de mi cuerpo,” respondió.

Un hombre, que juega con una mujer como si fuera un instrumento, es también un caballero para coger y conseguir lo que quiera de ella. La mujer suele llevar sus instintos básicos al primer plano y no hay nudos en esta tierra que pueda sacar lo corrupto de ella. No suelen respetar a un objeto inanimado. No pueden confiar en ello o encontrar allí la intimidad.

Al final, la mujer quiere ver quién es un dominante. Quiere que él vea quién es ella. Ese es el punto de vista de todas las relaciones y, entonces, el intercambio de poder se amplifica exponencialmente. Al estar tan cerca de alguien, ¿cómo no va a poder una mujer dejarle que coja su lado depravado, el cuál suele estar enterrado tan profundamente que no le había dejado salir durante décadas, por ejemplo? Ese lado depravado es el que ni siquiera las mujeres suelen saber que existía. No, hasta que alguien abra la puerta.

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