El intercambio de poder obliga a una sumisa
de una manera que es totalmente ajena al resto de sus experiencias. Los implementos y juguetes,
látigos y sadismo la dejan, fría si no hay un intercambio de poder que conduzca
a su uso. No es una sensación, ni dolor ni esclavitud lo que la hace sentir. Es
el poder de su Dominante.
La BDSM
clásica no les va mucho a algunas sumisas, porque no tienen ni una pizca de respeto por el
sadomasoquismo ni las ataduras, si no es con dominación y sumisión. ¿Cuál es el
intercambio de poder que las obliga? Intentar resolver ese rompecabezas durante
algún tiempo, no siempre lleva a encontrar una respuesta.
Una vez,
conocí a una sumisa que era feminista accidentalmente. Era fuerte y muy auto
suficiente para vivir feliz como persona soltera durante el resto de su vida. Recuerdo
que me dijo: “No necesito a un hombre, pero dáme a alguien que sepa usar su
poder y necesite convertirse en mi forma de vida.”
Resulta
que, conoció a un hombre que tenía el suficiente intelecto para tratarla como
una marioneta, sin que ella fuera consciente de lo que él estaba haciendo. La manipuló
de tal manera que, ella ni se dio cuenta de que había estado tirando de sus
cuerdas justo hasta antes de su gran final. Cuando ella vio su genio puro, ya
estaba preparada para dejar un centenar de límites. La mente era la puerta. Era
la única puerta que existía para su sumisión.
Ningún trabajo
de cuerdas o ataduras de fantasía la ganarían nunca, porque si no necesitas
cuerdas o restricciones para doblegar su voluntad, cuando las uses, ganarán
sentido. Se convertirán en canales de dominación.
“¿Y la
dominación?” le pregunté.
“Esa es
la mejor droga en esta tierra. Puedo viajar sobre ella durante meses,” me
contestó.
“¿Cómo
tiene que ser ese intercambio de poder para que te obligue? ¿Es tu atracción
por el saber, la inteligencia y la imaginación de un dominante?” Insistí
preguntando.
“No. Un
hombre tiene que interpretar a una mujer como un instrumento, que pueda
elevarla sobre una nota y dejarla caer tan rápidamente como usa su mente, de la
misma manera que otros usan sus manos. Mi cerebro es la parte más sensible de
mi cuerpo,” respondió.
Un hombre,
que juega con una mujer como si fuera un instrumento, es también un caballero
para coger y conseguir lo que quiera de ella. La mujer suele llevar sus
instintos básicos al primer plano y no hay nudos en esta tierra que pueda sacar
lo corrupto de ella. No suelen respetar a un objeto inanimado. No pueden
confiar en ello o encontrar allí la intimidad.
Al final,
la mujer quiere ver quién es un dominante. Quiere que él vea quién es ella. Ese
es el punto de vista de todas las relaciones y, entonces, el intercambio de
poder se amplifica exponencialmente. Al estar tan cerca de alguien, ¿cómo no va
a poder una mujer dejarle que coja su lado depravado, el cuál suele estar
enterrado tan profundamente que no le había dejado salir durante décadas, por
ejemplo? Ese lado depravado es el que ni siquiera las mujeres suelen saber que
existía. No, hasta que alguien abra la puerta.
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