Cierro
mis ojos y los veo. Esos hermosos y malditos ojos de ella, mirándome con
asombro y haciéndome señas para excitarme intensamente. En medio de su
sumisión, donde encontró un lugar de auto aceptación de sí misma, de la belleza
y el propósito, sus ojos se hacen más pronunciados, con un brillo
resplandeciente, al igual que el sol, reflejándose contra una joya preciosa.
Cegadora, pero yo no podía apartar la mirada.
Su
cuerpo era increíble y, a menudo, lo utilizaba de una manera violenta e intensa
para mi placer. Su mente era un paraíso de pensamientos, donde, con frecuencia,
yo me sentía perdido, y teníamos una conexión a tal nivel intelectual, que
rivalizaba con nuestra danza decadente de sexualidad que ambos nos
emprendíamos. Su culo era tentador, especialmente, durante los azotes, donde
observarlo cómo se enrojecía y verlo moverse ligeramente, desde su anticipación
por el próximo golpe, era un momento de puro placer. Pero, eran esos ojos
malditos y hermosos los que me podrían detener en seco. Los que podrían
doblegar mi voluntad dominante y hacer que deseara besarla. Verlos brillar junto a su sonrisa, era como
tener mi propia sinfónica personal para tocar la música más profunda, el
movimiento de la pasión, porque sus ojos eran retratos de un mosaico clásico de
perfección.
Sus
ojos hablaban sin palabras y nunca he oído a nadie con tanta claridad. Sus ojos
hablaban de historias de dolor de corazón, propósito y placer a través de
muchos viajes a por ellos. Llegué a conocer un alma que, simplemente, era
hermosa. Ella era mi hermosura y cada vez que cierro mis ojos, vuelvo a ver
esos ojos hermosos y malditos mirándome. Una visión así, no se olvida
fácilmente y soy una persona mejor por
haber tenido el privilegio de que me haya permitido mirarlos, y nunca, seré el
mismo hombre que era antes de verlos por primera vez.
Precioso
ResponderEliminarGracias, vesta, por comentar, seguir mis escritos desde hace mucho tiempo...
EliminarBen Alí