A las sumisas, les gustan que la D/s
les sea servida con amor, intimidad y suficiente luz como para ahogar un millón
de sombras y hay, quienes son muy afortunadas de tener precisamente esto. Sin
embargo, algunas veces, las sumisas lo pierden. Bien con un dominante o con
otro.
Los dominantes y las sumisas novatas
no tienen ni idea de las consecuencias de la degradación y el sadomasoquismo
con el que juegan, cuando los situan en el mismo nivel para los dos. No suelen
ser tan cautelosos como deberían, y por regla general, el dominante es quien
suele salir más lastimado. Bastante más que la sumisa. Ya que él suele ir mucho
más lejos de lo que su conciencia podría soportar, al verse muy retorcido y
perverso. La vergüenza construye un muro, en lugar de la intimidad que habían
tenido alguna vez, y era demasiado alto para que ella pudiera escalarlo.
La forma en que ella vió la obra de ambos, no influyó en su respuesta
emocional. Era lo que le importaba. Tal vez, sea posible dar una aceptación
suficiente para luchar contra ese tipo de vergüenza. Tal vez, pero ella fracasó.
Los dominantes necesitan el poder del “Rojo” tanto como las sumisas. Ellos
siempre tienen la libertad de salirse de la sesión, pero la precaución de
conseguir dibujar una línea en la arena, precisamente donde quieren, es menos
común de lo que las sumisas piensan.
Encontrar el límite de un dominante no es tan fácil como las sumisas
piensan. El consentimiento se siente como las curvas de una amante en una
habitación oscura o, al menos, debería ser. No es cuestión de tener sesiones
con revueltos de grados vainilla. El “si” y el “no” de un dominante suceden en
una trayectoria complicada y en constante cambio durante las sesiones. Un “sí” puede convertirse en un “no”
más rápidamente de lo que se necesita para dejar caer un flogger, por lo que la
intuición en un dominante suele ser crítica. Aunque, por lo general, se habla
mucho de todo esto en los foros para que todo el mundo sepa que las palabras de
seguridad no son suficientes. Las habilidades de observación de un dominante
necesitan ser de primera clase, pero también deberían ser direccionadas algunas
de ellas hacia sus propio límites.
El dominante auténtico suele ser bastante cuidadoso en cuanto a sus
propios límites, pero siempre, antes que los suyos, pretenderá buscar los
límites de su sumisa y deberá hacerlos tan suyos como los de él. El verdadero
dominante, cada vez se mueve un centímetro más hacia adelante y eso es, en
parte, porque, a su vez, da también un paso hacia sus propios límites.
Tal vez, sea obvio que los dominantes tengan límites, pero eso no
significa que estén todos en alerta y conscientes de la semántica de lo que eso
significa para ellos mismos. Nunca es agradable para una sumisa, cuando un
dominante rompe sus propias limitaciones. La última cosa que una sumisa querría
es a un dominante culpable de que se sienta avergonzado de lo lejos que ha ido.
Como casi todas las sumisas han estado en alguna sesión, una relación normal y
sin transcendencia, íntima y feliz, de repente, se hace oscura y nietzscheana.
No soy psicólogo. No soy un experto en BDSM, sólo soy un dominante que
escribe y que una vez le contó una sumisa que su dominante perdió la cabeza y
el respeto hacia sí mismo, porque se olvidó de prestar atención a su propio
derecho a consentir. Por eso, una sumisa agradecida siempre preferirá a un
dominante lo suficientemente inteligente que respete sus propios límites, pues
ella dará por hecho que siempre respetará los suyos.
En efecto, una busca poder entregarse a alguien que sepa qué esta haciendo, y que a su vez sepa besar las huellas de un encuentro... una siempre agradece eso.
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