viernes, 16 de junio de 2017

Volver al coche


El motor estaba apagado, el coche aparcado bajo una multitud de robles, enterrado entre la media noche y las sombras demasiado altas para ser testigos. Él miraba a través del parabrisas hacia ella. Sus brazos estaban doblados, los ojos descifrando un código Morse de luz de las estrellas sabiendo que ella nunca confesaría. Una miniatura de la luz de la luna pintaba su piel con pinceladas blancas cremosas.

Ella era innegable.

En el asiento trasero, había bandas de goma, de color azul y cortas. Cierres con cremalleras. Un collar de perro con pinchos no destinados a ser visibles. Había cuchillos destinados a un negocio serio que solamente aceptaba el sí por respuesta. Cadena. Una mordaza significaba más que el silencio. Agua. Trapos de tienda.

Y él.

Abriendo la puerta, salió del vehículo a un golpe de viento frío. “Lo haré.”

Las palabras se alzaron, flotaron y luego se dispersaron bajo un silbido de viento.

“Bien,” ella dijo, señalando hacia la puerta trasera. “Entra en el maldito coche.”

Había luz de luna en sus ojos. No misericordia.

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